Javiera Mena pasó por Rosario para celebrar su gran presente artístico y reencontrarse con su público fiel.
Luego de un concierto abrasivo charlamos con ella sobre crecer, evolucionar y reinventarse.
La joya está en la casa y se siente fuerte. Afuera de La Sala de Las Artes la gente comenta la felicidad que significa su regreso. Nadie hace puerta como en otros recitales. Entran sin perder tiempo, como si esa puntualidad rigurosa pudiera llegar a adelantar los horarios contemplados.
Se trata de un super sábado para Rosario: Babasónicos en el anfiteatro municipal, Nicki Nicole debuta su seguidilla de fechas en el teatro Broadway; junto al río Paraná, el ciclo Te doy una canción reúne a un puñado de cantautoras jóvenes. La lista de propuestas es larga.
La gente que ocupa la pista de La Sala de Las Artes se evidencia, mayoritariamente, arriba de los 30 años. Hay un núcleo duro de seguidorxs de Javiera. Se observan remeras homemade, otros abrazan discos de vinilos de Mena.
El público llegó temprano esperando reencontrarse con ella. Tras cinco años de distancia, la espera terminó. Hay ganas de todo, pero, principalmente, hay deseo. De éxtasis, de pista, de goce, de saberse unx con Mena en plena canción. Javiera rebasa lo estrictamente musical. Para varias de las personas presentes representa una estrella que supo guiarlas en buenas y malas.
Pasadas las 20:30hs Ani Bookx toma el escenario entre aplausos cordiales. Despunta «Plutónico» y rápidamente entra en su loop enérgico. “Mirame Rubén mientras rompo todo” canta la también integrante de Chokenbici.
Mientras Ani va subiendo la temperatura ambiente de La Sala, el público se engancha en su sintonía. La misión de Bookx es contagiar, marcar un preámbulo para lo que está por llegar. La gente se va acoplando a su propuesta. Desde el público alguien le pide -con un grito- que diga su nombre, que diga quién es.
Mientras Ani Bookx se presenta formalmente ante un público neófito, nadie se percata que las puertas exteriores de la trastienda de La Sala están parcialmente abiertas. En la oscuridad de la plazoleta donde Güemes y Francia devienen una cortada que nadie sabe nombrar, la estrella principal de la noche está haciendo sus ejercicios de precalentamiento. Javiera está en la vereda, de manera discreta, saltando la soga.
Entrando en calor física y mentalmente para arremeter con quince canciones en algo más de una hora de concierto, Mena salta la soga con su outfit completo: un traje rojo de dos piezas (empuñaduras con detalles brillosos y pantalones pinzados), botas de cuero de caña baja y un top en parte envolvente, casi en clave de armadura glitter.
Adentro la gente se atreve con unos pasos. “Les chiques quieren brillar” canta Bookx, arengando. Esa frase anticipa lo que está por venir.
Cuando Ani concluye su set los aplausos son cálidos. En el aire vibra un dejo de ansiedad.
Con luces tenues que van desapareciendo, el lugar completo dirige su atención al escenario. La primera en salir es Taffy Dönicke, tomando lugar en la batería. Cata Rojas en bajo, coros y percusión digital, se ubica en una especie de atalaya de poder, rodeada de sus instrumentos.
Empieza a sonar la intro de «Dentro de ti» y Javiera aparece sobre el escenario ante un estallido celebratorio. El vestuario se completa con un detalle: unas gafas coloradas traslúcidas con incrustaciones glitter. Entre quiebres de baile y alguna contorsión, Mena eleva su brazos reclamando toda la atención. Es autoridad absoluta: diva pop y frontwoman imponente pero terrenal.
Las primeras canciones se suceden sin solución de continuidad, haciendo de La Sala un boliche enorme. Las luces inundan los sentidos mientras las tres músicas, con Javiera ubicada al centro del escenario con su sampler MPC y demás equipos.
En pura sincronía de brazos arriba las tres disparan «La joya» y la fiesta se desata en celebración. El brillo del hit se escurre por todo el recinto. Sobre la izquierda, en una mesa del reservado, una chica de pierna enyesada baila asomada por encima de la baranda. Javiera está aquí.
Luego «Corazón astral» y «Debilidad» la puesta lumínica indica un descanso. Junto a su teclado, sobre la izquierda del tablado, Mena presenta un bloque de baladas. Según dice, las canciones “van dedicadas a todas las lesbianas, las que se sientan lesbianas, las maricas, y bueno…a las pakis, también”.
Suenan hits como «Mujer contra mujer» y «Esquemas juveniles» cantadas, palabra por palabra, junto al público. Adelante del escenario, un fan sostiene el vinilo bien arriba hasta que Javiera lo ve y le sonríe en guiño cómplice que lo hace estallar de felicidad.
“Esta es sobre cuando nos toca sentir amor por dos personas” comenta al micrófono antes de tocar «Dos». “Oye, que nunca me ha pasado a mí”, bromea para desdramatizar. “Es que alguna vez te ha pasado a ti, Cata”, pregunta a su bajista antes de abrir la pregunta al público. “No se puede decir ahora”, grita alguien del público.
Junto a su teclado Javiera se transforma en una cantautora que cala profundo al corazón pero que evita todo ropaje de solemnidad. Sumergida en la canción, hunde su cabeza frente al micrófono dejando que toda su cabellera caiga hacia adelante. Es una espléndida cabellera oscura que oculta sus rasgos humanos y se pierde como un personaje extraño entre Sia y el tío Cosa. Su lenguaje corporal hace explícito lo que ella no verbaliza: es todo muy profundo y doloroso, pero no es el final de nada. Así es la vida, nena.La adrenalina pop y los pasajes baladísticos definen la dualidad que hace a Javiera. Conducen, por caminos diferentes, a ese espacio de júbilo, ardor y corazones inseguros. Hablamos de un lugar de entendimiento y sensibilidad libre de prejuicios o condescendencia: Mena ya anduvo por ahí, luego lo hizo canción, ahora te abre la puerta.
«Otra era» la devuelve al movimiento. «Flashback» denota la fiesta otra vez. «Luz de piedra de luna» sube la intensidad, aún más. La Sala queda inmersa en una cámara de pop abrasivo donde Dönicke y Rojas impulsan la energía generada por Mena.
En los movimientos de Javiera hay mucho baile tropical-mecánico, pero también un ímpetu físico de saltos machacantes que podría contrabandearse hacia un gig punk.
La lista va llegando a su final con «Culpa», «Diva» y «Espada». Queda claro que la estela electro pop de Mena permite la posibilidad de despegar hacia otro lado. Todxs pueden ser algo más, al menos por un rato. Javiera permite el goce allí donde la fantasía y la catarsis se encuentran, posibilitando un escape hedonista breve tan real como contundente.
Cuando se despide la gente reclama más, pero La Joya ya partió.
Una vez terminado el show, el backstage encuentra unas sonrisas amplías en las tres músicas y el resto del equipo.
El aire acondicionado ayuda a combatir la alta temperatura junto a múltiples botellas de agua mineral. Taffy y Cata están con sus respectivas toallas alrededor del cuello, como atletas olímpicas luego de su perfomance. Bajan la adrenalina paulatinamente mientras conversan sobre Rosario. Cata destaca la relevancia cultural de Rosario. Dice que le encanta la ciudad, que se vendría para acá. Hay un pequeño detalle, igual: el calor y la humedad.
Las tres músicas están interesadas en la música underground de Rosario. Quieren saber. De su parte aparecen varios nombres, entre ellos Bielsa. Manejan data sobre la ciudad pero quieren más.
Mientras van bajando, el catering frugal ofrece mucha agua, frutas y unas empanadas. Taffy flashea con el tamaño de las manzanas mientras que Cata se concentra en un ritual de pura argentinidad: degustar una Tita.
Javiera, entre tanto, se mueve elongando. Todavía siente la electricidad en su cuerpo. Con su vaso de agua inseparable indaga sobre la movida local y de Argentina. Unos minutos después se adentra al camarín más privado con el traje completo.
Conforme, entre amabilidad y profesionalismo, dialoga luego de un trabajo bien hecho.
Se mueve en su timeline personal con la misma soltura con la que domina el escenario. Está feliz con su presente, eso le permite profundizar sobre el pasado y detenerse con precisión sobre instancias formativas.
La música la lleva por un camino repleto de bifurcaciones. Allí arte, política e intimidad se entrecruzan sin intimidar. Javiera abraza los momentos de urgencia que atravesó durante su vida. De cada uno aprendió algo, emergiendo algo más fuerte, pero, fundamentalmente, con una perspectiva que le permite equilibrio con los pies sobre la tierra.
El espíritu de inclusión ha dado forma al carácter de la cultura de la música dance desde su fundación. Refugio de ideas, estéticas e ideas disidentes, el circuito subterráneo de música dance evolucionó con fortaleza para transformarse en algo más que celebraciones hedonistas bajo un idioma universal, atravesando todas las coordenadas y puntos cardenales encontramos una comunidad para aquellas personas (tanto arriba como abajo del escenario) que todavía se sienten alienadas por el resto la sociedad.
De adolescente, Javiera se encontró a sí misma en ese circuito. Entendió que estaba siendo de algo importante: una historia diferente se estaba escribiendo y ella podía ser protagonista.
Zambullida en un océano de información fresca se daba a un credo musical excitante donde comulgaba con gente que la potenciaba. Cada semana había una nueva fascinación, ella sabía disfrutar aprendiendo y proponiendo, pero especialmente sabiendo que tenía para algo aportar a esa historia. Estaba hermanada con su tiempo. Era el inicio de lo que iba a venir: una vida dedicada a la música, estallando en sensaciones, recorriendo un mundo que parecía inmenso mas irresistible.
Antes de la llegada de las canciones o los discos formales, Javiera empezó su historial musical entre discos familiares (de sus abuelos, padres y tío) y algunos proyectos de banda. Sin embargo, fue la fuerza de la pista de baile quien la convocó de manera irrefrenable. La química musical era irresistible, sin dudas, pero el llamado corría más profundo. Su propia subjetividad latía en cada beat. En la pista Javiera pudo ser ella misma en total plenitud. Las canciones llegaron como una pócima liberadora. El beat se tornó revolucionario.
“Varias cosas me condujeron allí”, señala, volviendo atrás. “Especialmente coincidió con una etapa particular de mi vida: cuando cumplí quince años andaba buscando lo queer. Me encontré con amigos DJ, hombres gay, especialmente, que empezaron a mostrarme mucha música. Generalmente la onda queer estaba super rodeada de música electrónica. El rock es totalmente paki, yo andaba buscando ligar con chicas, entonces no era por ahí. Ojo, tampoco ligaba mucho porque en ese tiempo no habían lesbianas, tampoco. Pero en ese circuito me sentía muy cómoda. Las raves eran un espacio de música nueva, por entonces. Hasta el día de hoy disfruto la frescura de cosas que están partiendo. En el 98 y 99 la música electrónica estaba partiendo, al menos en Chile. Yo tenía catorce o quince años. Fue justo: me encontré de frente con la cultura rave y las fiestas electrónicas cuando andaba buscando algo más personal. Además, claro, me encanta bailar, soy una persona muy prendida, me gusta mucho mucho el beat. Allí sentí que eran sonidos frescos del presente que me proponían algo”.
Con Entusiasmo la pista de baile de Mena se extiende. El beat perdura, inclaudicable. Entre canciones, Javiera prueba otra su virtud para la mordacidad, desarticulando cualquier noción de solemnidad. En épocas de corrección política o de bajadas explícitamente obvias Javiera prefiere seguir habitando una sutileza sugerente que desconoce protocolos.
Hubo escuchas atentas que supieron encontraron vaticinios pandémicos en el material que Mena lanzó en el último periodo. Lo cierto es que los guiños llegaron hasta en videoclips premonitorios. ¿Javiera clarividente? Sería otra excelente razón para seguir celebrando a esta sacerdotisa clubber que estuvo años adelantada con la visibilidad, el poliamor, el lesbodrama (corriente que en Argentina produjo canciones brillantes de Paula Maffia e Ibiza Pareo, entre otras) y el electro pop como manifiesto estético cautivador.
Entre tanto, Entusiasmo tiene la capacidad de invocar el espíritu de una época donde lucha, goce, dolor y entrega se combinan en una pócima que se advierte histórica.
Javiera elige pensarlo como algo del fuego, un ardor que arrasa tanto lo personal como lo colectivo. Como una fascinación, el fuego aparece una y otra vez en su hablar. Para Mena se presenta como un agente renovador irremediable.
Los últimos años fueron ardiendo con diferentes niveles de cambio. Entusiasmo es un disco que se fue gestado durante el estallido social en Chile, meses antes de que el mundo conociera la amenaza pandémica.
En Santiago, tanto de día como de noche, Javiera sentía que el ambiente era un entusiasmo en crescendo. Con la lucha llegaba una liberación. A su alrededor ese magnetismo era palpable.
Instalada en Madrid desde hace años, Javiera sintió inevitables los tiempos de cambio en Chile, por eso estuvo instalada en su Santiago natal, participando en las marchas, tocando en ocasiones tan especiales como el 8M, conectando con artistas jóvenes y canalizando las vibras de calles sin calma. Lo hizo, claro, a su manera.“El estallido social fue, a todo nivel, algo simbólico muy fuerte”, apunta sentada en el camarín, otra vez vestida con el outfit completo. “Repercutió en todas las esferas: las calles, lo personal, lo político y cada acción que tomamos. A nivel personal justo coincidió con un quiebre en lo familiar…se dio como una apertura, digamos. Si se llegan a enterar que cuento esto me matan. Fue como la carta de La Torre del tarot, un ciclo que repercutió en todo. Significó terminar con relaciones, discutir abiertamente, manifestarse en cada aspecto. Para mí fue como liberarme, aún más. Esa liberación, encontrar mi propia libertad, tiene que ver con que me motivó mucho el estallido social. Artísticamente ahora estoy viendo una repercusión de ese momento. Fue loco, todo coincidió para que en octubre de 2019 todo cambiara, no solamente en lo político, sino que también en la esfera de lo personal. Siento que encontré más libertad para escribir. Me reinventé, esa palabra de mierda, pero que es acorde a lo que atravesé. Pude encontrar un nuevo espacio. Siento que revivió mi música como con fuego”.
Javiera se ríe. Vuelve sobre la reinvención, otra vez para señalar que es una palabra rara. Sin embargo, le sale de manera inconsciente cuando reflexiona acerca de un presente que se percibe contundente en cuanto al trabajo en el estudio y en volver a girar con excelente respuesta por parte de la gente.
Luego de la encerrona pandémica retomar los conciertos significó abrazar otra parte de esa reinvención. Allí el entusiasmo se cristaliza con el goce del vivo. La entrega de Javiera es completa: una frontwoman consagrada que supo equilibrar su placer entre el ñoñismo techie del estudio (o de entrecasa) con el canto, el baile y el sudor caliente del vivo.
La pata argentina del Entusiasmo Tour la condujo por Capital Federal, Rosario, Santa Fe y Córdoba. La gira prosigue por Perú y México. En ambos países se fueron agotando las localidades con semanas de antelación.
Hay ganas de reencuentro en ambas orillas: el público la espera para celebrar las nuevas canciones, ella -y sus compañeras de banda- quieren brillar en cada ocasión. Pero antes, la reinvención, esa palabra que no le cierra y que le genera una risa incrédula, tal vez porque le resulte curioso estar hablando de reinvención con apenas 38 años: “creo que era necesaria.Se dio así porque yo lo estaba buscando. Siento que uno como artista necesita ir evolucionando. Se me dio así”.
“Estoy super contenta, siento que se ha valorado lo que logramos. Siento que lo nuevo logró un match con los fans”, analiza sobre la excelente respuesta de la gente en diferentes ciudades.
“La gran responsabilidad de un artista es que tu arte siga evolucionando con el transcurso del tiempo. A la vez, eso mismo esconde un miedo, que la gente guste de lo que hacés, que siga disfrutando, que lo nuevo siga impactando. Soy super melómana y detallista de la obra de otros artistas y de la reacción que genera en su público. Sigo su evolución y crecimiento, no todos pueden lograr desarrollarse siempre con la compañía del público. Un ejemplo único para mí es Pet Shop Boys: saben cuándo retirarse, no buscan estar todo el tiempo en la boca de nadie, trabajan con su propio reloj. Siento que en la última etapa se me dio bien eso mismo. La gente, afortunadamente, sigue conmigo. Hoy mismo lo vi, cantan lo nuevo con la misma fuerza que lo antiguo. Entiendo que tengo mis hits que son «Espada» y «Otra era», que están unidos a un momento muy especial, que generan otra cosa. No reniego de eso. No voy a ponerme a llorar, está todo bien. Las cosas tienen una trayectoria, suben y bajan. Siento que hay un empujón fuerte ahora”.
Signo de tiempos dispersos y con sobredosis de señuelos digital por doquier, Entusiasmo llegó dividido en entregas para finalmente sumar el esfuerzo del sencillo Culpa. Ambos lanzamientos fueron celebrados por el público y bien recibidos por la prensa especializada iberoamericana. En ese sentido, son pocos lxs artistas de habla hispana tan transversales como Javiera: desde blogs de música underground (todavía quedan) hasta periódicos hegemónicos, pasando por youtubers musicales o referentes de la cultura LGBTQ+, le dedicaron espacio a la nativa de Santiago.
En 2021 Javiera sigue siendo relevante por una inquietud creativa que se hermana con su capacidad para generar pop con vocación de himnos.
Asimismo Mena supo mantener una identidad artística abierta y refrescante sin caer en trampas obnubilantes que prometían réditos comerciales fáciles. Mientras en los últimos tres años el castellano fue tornándose global gracias al boom urbano, Mena nunca mordió el anzuelo de la industria arrojándose hacia modas pasajeras. Mantenerse permeable a sus necesidades la mantuvo en un camino óptimo, especialmente entendiendo su propio timing.
Javiera, no obstante, sabe adaptarse al nuevo paradigma. Incluso disfruta con los tiempos que demanda una industria dependiente de las redes sociales. Allí encuentra un puente hacia otras épocas, entendiendo que, en definitiva, las canciones siguen siendo su norte favorito. Sencillos, EPs, álbumes, vídeos, cápsulas audiovisuales: que la música fluya y que resuene con una inmediatez contundente en computadoras, tablets, bandejas de vinilos, CDs, teléfonos móviles, televisores o sistemas de audio.
En La Sala de las Artes, las canciones publicadas recientemente suenan en la garganta de la gente con la misma intensidad que clásicos como Luz de piedra de luna.
La brevedad de los formatos y los tiempos más dinámicos le permiten jugar con las sonoridades, mezclar para encontrar otro sabor, seguir buceando para mantenerse siempre aguda, lista para la acción.
La velocidad de nuestros tiempos va más allá de lo estrictamente musical, la voracidad de la inmediatez exige abrir un claro hacia la intimidad. Javiera lo toma con calma. Fue aprendiendo a manejarlo sin abrumarse, después de todo, siempre sintió una -declarada.- inclinación por la tecnología.
Es una millenial, bromea. No se olvida de eso. El equilibrio es todo, dice. “Hay que ser astuta”, admite. “Encontré la forma de jugar un poco con eso y me divierte. Tengo amigas que apenas suben dos fotos y la llevan bien. Creo que mi vínculo pasa por otro lado. Me adapto”.
“El tipo de música que hago me permite otra cosa. Comparto cosas del hacer musical”, explica. “Por ejemplo, mostrar entretelones de lo que ocurre antes de tocar, viajando o grabando. Es compartir desde allí. Hoy llegando a Rosario, compartí una historia con «Río Paraná» de Suárez, que me encanta. Tampoco soy una extrema, pero sí siento que, a veces, soy algo adicta. Veo que hay colegas que se concentran en lo importante, van separadas de las redes. Es razonable eso”.
Afuera de las pantallas, en lo tangible de la vida real, para un sector de sus colegas lo importante es Javiera. En estos días de rutas argentinas, se la vio cercana a músicos y músicas de tres generaciones, especialmente en Capital Federal y Córdoba.
Javiera estuvo acompañada, rodeada de cariño y buena consideración, por nombres que ya son marcas registradas por toda latinoamérica o jóvenes emergentes que recién están comenzando en su camino.
Por encima de los millones de reproducciones en plataformas digitales, los discos publicados, las giras por latinoamérica, Estados Unidos y Europa, lo que mejor grafica lo fundamental de la figura de Javiera es la devoción de su público y la influencia que ejerció en dos generaciones musicales de iberoamérica.
De nuevo, la edad surge como una medida demasiado inexacta: 38 años de vida que contienen 15 de una trayectoria constante que es faro para muchas cabezas creativas del ámbito musical, audiovisual, del diseño.
A principios de 2019 el Festival Internacional de Cine de Guadalajara la distinguió con el Premio Maguey Ícono Queer, por su rol “haciendo hincapié en el papel que lo Queer tiene para transformar el mundo de manera constructiva y sin confrontación”.
Javiera es una referente ineludible. No obstante, esa idea todavía le genera algo de resquemor. “Ya me lo voy a empezar a creer” , comenta con humor pero sin eludir el tema.
“La verdad que yo arranqué bastante joven, entonces siento que tengo una carrera larga ya. Si bien siento que estoy en una etapa evolutiva, todavía con mucho por recorrer”, reflexiona mientras termina su vaso de agua.
“Últimamente me están diciendo mucho eso. De repente lo escucho todo el rato: referente, referenta. En Madrid: ́eres referente, eres un ícono´. No sé. Yo no siento eso. Para mi es un orgullo, es guay que te digan algo así. Es como ser punta de flecha, como alguien que lideró algo. Creo que lo hice inconscientemente cuando era bien joven. Me sentía algo diferente y atrevida, siempre he sido media rebelde, entonces creo que ese ímpetu de nacimiento lo llevé a mi arte: la manera de expresarme, decir a los 18 años que era lesbiana sin que me importara nada. Creo que esa rebeldía me llevó a que ahora me digan cosas así. Pues yo feliz, claro, aunque todavía ni siquiera cumplí 40 años”.
Cerca de la medianoche, en La Sala de las Artes no quedan rastros del público electro pop. Afuera de la entrada trasera, justo donde ella estuvo haciendo soga, esperan unas veinte personas con la esperanza de una foto, un abrazo o una firma. Nadie tiene idea que Javiera está adentro, todavía tratando de entender por qué le dicen referente.
Por Lucas Canalda + Renzo Leonard
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