Con Lo que querés está en una canción agridulce, la discreta Luci El Mal entregó un EP visceral y enigmático.
A continuación tratamos de descifrar quién está detrás de ese lofi áspero de intenciones ambiguas.
Luci El Mal no tiene perfil en Spotify. Tampoco está en Bandcamp. De hecho, ni siquiera detalla el título de sus canciones. Además, probablemente, no debe tener redactada ninguna gacetilla que describa su hacer musical. Es que, siendo sinceros, ella misma puede que se muestre algo desconfiada de hablar formalmente de su oficio como música.
En 2021 produjo Lo que querés está en una canción agridulce, un EP magnético que hasta el día de hoy permanece escondido a punto de ser descubierto por oídos atentos. Allí, mientras canta y toca la guitarra, se cuela el canto de pájaros, un elemento espontáneo que terminó plasmado en el celular que hizo las veces de home studio. Una toma, tres instantes distorsionados que se amalgaman en uno: tristeza, decepción y alegría; que cada oyente decida dónde empiezan y dónde terminan esos instantes.
Las tres canciones del EP son difíciles de clasificar, funcionando como un juego de conectar puntos de referencia mientras las canciones circulan en repeat una y otra vez. Van desde el blues punk hasta las caóticas atmósferas no-demasiado-intencionales que funcionan como ingrediente clave. Es un lo-fi consciente que se torna raw-fi de forma natural y sin demasiada pretensión.
Todo parte desde el entripado de Luci El Mal. Escucharla denota una frontalidad, casi una exposición. Son primigenias; tan sensibles y padecientes como retorcidas en su sangrado. Allí el juego toma otro nivel: Luci El Mal disfruta de esa ambigüedad, sonríe sabiendo que obliga al oyente a descubrir qué está sintiendo y por qué.
Hay mucho misterio en estas canciones, algo que se agradece en tiempos pasteurizados y donde la redundancia arruina cualquier oportunidad de dejarse llevar por lo desconocido. Luci El Mal se presenta como una figura misteriosa, sutilmente poderosa pero también frágil.
Las referencias de PJ Harvey y el Hole más corcoveante son evidentes, pero el timeline corre profundo: Syd Barrett, Tanguito, Howling Wolf, Pescado Rabioso.
Lo que querés está en una canción agridulce tiene una extensión de poco más de siete minutos. Está compuesto por tres canciones: «Es igual», «Cantándole al viento» y «Niño». Ese disco tan pequeño y tan breve apareció de la nada en YouTube. El EP quedó disponible en el infinito de contenidos de la rockola multimedia más grande del planeta y fue logrando una atención limitada por parte de quienes recibieron una recomendación o de los espíritus investigadores de los recovecos más ocultos de las micro escenas musicales de la Argentina.
Sin ningún tipo de créditos o liner notes, tanto el EP como su autora resultaban un completo enigma. Entre tanto misterio, sin embargo, una pregunta puede responderse. ¿De dónde surge el nombre? “El origen del Mal”, apunta entre risas, antes de contar el origen de su identidad. La manifestación de ese Mal puede rastrearse hacia el Hojarascas de Susy Shock. “No queremos más ser esta humanidad / que otros sean lo normal”, recuerda Luci. “De ahí empecé con el juego de palabra. Si tantos garcas en este mundo putrefacto se autoproclaman el bien, entonces yo quiero ser del bando del mal”.
Luci El Mal está en Rosario como integrante de Excursionistas, trío que forma parte del sello BPM Discos, que el sábado 12 de marzo celebró en el Galpón de la Música uno de sus tradicionales festivales showcase con todas las bandas de su roster.
Un rato después de haber llegado junto a sus camaradas desde Buenos Aires la tecladista, cantante, guitarrista y compositora responde junto al río Paraná, mientras muchos bichos veraniegos revuelan sobre los faroles del alumbrado público.
Vistiendo un outfit íntegramente negro, su piel blanca luce aún más pálida bajo las luces. No aparenta tener más de 26 años, pero inmediatamente se ubica etariamente con un guiño pop: “tengo 36, o sea, vi los Thundercats”. Más tarde, en esa misma frecuencia, necesita saber algo imprescindible para seguir charlando: “¿ustedes son conversos de Batman?”
Son salidas graciosas que demuestran que va tomando confianza, dejando de lado las formalidades del encuentro periodístico. Seria, al principio. Mientras se va rompiendo el hielo aparece cierto histrionismo. Al final, se trata de una actriz certificada. Porque Luci, antes que música, es una actriz certificada. Licenciada en teatro.
Sus pasiones, parece están repartidas. Sin embargo, la música conduce una energía considerable. Un magnetismo que demanda atención entre la vastísima producción que semana tras semana resuena en el circuito independiente de Buenos Aires.
Conversando sobre la movida en CABA, Luci menciona que se identifica con lo que sucede en espacios como el Salón Pueyrredón, Strummer bar y Club B. Prefiere lo que sucede ahí, con propuestas siempre en movimiento. En sus palabras: “bandas, birra, más al llano”.
Según cuenta habita esos espacios como parte de su cotidiano. Todo transcurre entre un trabajo de la vida real, fechas, banda, proyecto solista y recitales varios. Además, intenta escribir. Está aprendiendo, dice. Se está formando junto a gente que sabe. Algo se advierte: Luci está en tránsito constante. Aprende, recolecta data, conecta puntos.
Lucía Ramírez nació en Capital Federal en 1985. Se crió en el barrio de Barracas. De chica ya se mostraba algo más que interesada por la música, sin embargo, sin saberlo, por delante tenía un camino zigzagueante. Algo de eso se cuela en su conversación. Si bien hace décadas que la música habita su vida, Luci prefiere cierta distancia. De forma cautelosa, señala, “no hace mucho que hago música”.
A los quince años decidió actuar en consecuencia de esa creciente fiebre que era algo más que escuchar discos, cantar y concurrir a recitales. La Lucía adolescente se acercó a un profesor de guitarra. Concurriendo a esas clases con cierta constancia, hubo un primer escollo: ser zurda se presentó como un detalle no menor.
Sus nociones básicas fueron llegando con emoción. “El profe me alteró las cuerdas para zurdos”, recuerda. “Igual, fue todo medio un perno porque se complicaba bastante”, apunta mirando atrás. En ese sentido, señala: “siendo zurda, si querés compartir un momento con gente, tipo fogón, es muy difícil encontrar una guitarra lista”.
El inconveniente devino en problema para terminar siendo una frustración. “Ahí dejé todo”, confía.
Por supuesto, la frustración de la Luci adolescente está lejos de ser una sorpresa. La historia de la música rock cuenta con grandes artistas que tuvieron que lidiar con esa problemática de alguna forma u otra. Desde Dick Dale y Jimi Hendrix pasando por Kurt Cobain hasta acercarnos en el timeline con ejemplos contemporáneos como Courtney Barnett y Omar Rodríguez-López.
Más allá del final abrupto, ese primer acercamiento sería constitutivo del germen de lo que habría de venir. Era simplemente cuestión de tiempo.
Ramírez dejó la música para empezar a indagar en otro tipo de expresiones artísticas. Pronto viró hacia el teatro, activando fuerte. El interés adolescente evolucionó en un estudio formal del teatro. De hecho, ante la pregunta directa de “¿Qué sos?” Luci respondería que es actriz, antes que música. Pero nada es tan sencillo en la vida. La guitarra, el canto y la curiosidad no habían sido apagados dentro suyo.
En 2012 volvió a probar desde otro lado. Se compró un teclado. Empezó a probar para ver qué onda. El operativo regreso estaba encaminado de manera muy discreta.
Muy pronto, además de jugar con su teclado, estaba componiendo. Empezaron a insinuarse algunas canciones. De eso, hace apenas cinco años. “Fueron surgiendo de a poco”, comparte ahora, junto al río Paraná.
El proceso fue lento. Sin absolutamente ninguna presión por asomar la cabeza en recitales o publicar canciones, el trabajo fue de entrecasa.
“Me costó mucho empezar a componer en castellano. Todas las bandas que me gustan, excepto Spinetta y Charly, es un bagaje todo anglosajón”, explica. “Me resultó complicado dar ese paso”, apunta con algo de tensión en su voz.
Para Luci el desafío concreto era encontrar la vuelta para que la poética en castellano la convenciera con algo que ella quisiera contar. En pocas palabras: quería algo convincente, algo real.
Una vez que empezó a buscar mantuvo el timón firme. No había demasiadas precisiones sobre dónde quería terminar, pero sabía que el proceso era necesario. Cuando aparecieron las primeras canciones se sintió cómoda, pero principalmente conforme porque entendió que podía escribir en castellano. Más importante: podía decir algo sustancial.
“Me costaba expresarme en castellano. No era únicamente escribir en ese idioma”, cuenta. “Quería que fuera algo que no resultara como un lugar común sino como algo que yo quisiera cantar y a mi manera. Desde ahí surgieron esas canciones. Aparecieron y tomaron forma.”
Para poder alcanzar su objetivo Luci fue trabajando de diferentes maneras, pero destaca que se ayudó mucho por las melodías. “Yo empiezo ahí la composición”, explica. “Toda idea comienza en un punto de improvisación, cualquier cosa, me gusta, plum, lo desarrollo”, continua. “Esa melodía te deriva a algún tipo de emoción de lo que sea, de ahí encontrás hacia dónde ir. No tengo una dirección a seguir o un plan previsto. Todo deriva de algo medio mutante”, concluye.
Luci habla de manera concreta. De ninguna forma desperdicia las palabras. Es puntual con cada aspecto de su hacer musical. En ese sentido, no tiene vueltas para abordar su música con cierto detalle preciso. “Las cosas hay que definirlas en algún punto, no me molesta”, aclara antes de atreverse a reflexionar sobre sus canciones, unas criaturas demasiado liberadas de etiquetas. “Lo que tengo como punto de partida es que sean canciones viscerales, que haya emoción. Mi punto de búsqueda es la visceralidad. De cualquier tipo de emoción. En general me salen así. No podría decir que me salga algo alegre, nunca. Siento que me salen así porque me resulta más interesante indagar por ese lado no tan transitado”.
Detrás de cada canción terminada habita una honestidad. Luci se mueve hacía esa honestidad brutal. Podría decirse que, al componer, va encontrando el camino correcto a medida que la cosa se va poniendo más caliente y ríspida. Es por ahí: “el motor detrás de esos resultados es que haya honestidad. Por eso lo relaciono con la visceralidad. Es un momento particular. No es literal, pero sí es punto de partida. Ahí es donde profundizo”.
Lo que querés está en una canción agridulce apareció en YouTube sobre finales de febrero de 2021 de forma tímida. Si ese primer trabajo llegó más lejos del círculo más inmediato de Luci fue gracias a la saludable costumbre del boca a boca, hábito que todavía asegura la supervivencia de esfuerzos independientes en un mundo hilvanado por los algoritmos.
Sin incluir títulos de canciones, ni créditos de composición, o ningún rastro de su autora, Lo que querés está en una canción agridulce está únicamente disponible en YouTube. La letra que acompaña al EP detalla dos puntos: “grabado a lo largo del 2020 con mi celu” y “Masterizado en Sun King Records”.
El EP fue registrado durante el primer año de la pandemia, cuando el COVID apretaba fuerte entre terror a lo desconocido y un confinamiento que, por entonces, parecía algo salido de alguna película distópica. A pesar de eso, “no necesariamente es un disco pandémico”, remarca su autora.
Las tres canciones fueron grabadas con su celular utilizando una aplicación genérica para grabar música que Luci encontró en la tienda Android. Los temas salieron en directo, priorizando ese impulso primario que es fundamental para Luci. Tres canciones, una única toma, ninguna pista ni agregados. “Es partir de una búsqueda. Tengo un celular, busco una aplicación y chau. Encontré un programa y le metí”.
Trabajar las canciones con el celular en la comodidad de su casa no se debió a la cuarentena como se podría asumir a priori. Simplemente se trató de otra parte del proceso de aprendizaje que emprendió Luci hace tiempo. “La iniciativa de grabar con el celular surge porque yo no tengo idea de nada tecnológico”, cuenta. “Absolutamente de nada”, enfatiza.
Consciente que el proceso de aprendizaje sigue adelante. “Al próximo disco ya lo tengo preparado: es con pistas, ya aprendí”, asegura, entre risas.
Por debajo del chiste subyace una certeza estética del ímpetu musical: el minimalismo es el campo de acción donde más cómoda se siente, al menos por ahora. Agregar una pista a la voz y a la guitarra, OK, por supuesto. ¿Subir la apuesta con otros aditivos? No por el momento. Según explica: “una cosa que me gusta mucho, por el tipo de canciones, es que se trate únicamente de voz y guitarra. Algo bien crudo. Bien directo”.
Luci El Mal es una late bloomer que hoy nos cautiva con un puñado de canciones que ofrecen misterio, sinuosidad lofi y atmósferas espinosas.
Y si bien su futuro todavía está por escribirse, asumimos que su devenir tendrá núcleo minimalista.
“Las veces que toqué estas canciones fue bien sencillo: guitarra y voz. Probé sumarle un pedal de fuzz. Así nomás”, comenta. “La propuesta es esa. Cualquier cosa más que se agregue es como que se arruina”.
Con ese cierre Luci recuerda a Lou Reed: “un acorde está bien. Con dos acordes ya estás forzando la cosa. Tres acordes y ya estás haciendo jazz”. La idea es esa: mantenerlo simple, no exagerar.
Que siga caminando el lado salvaje.
Por Lucas Canalda + Renzo Leonard