Lucy Patané llegó a Rosario para presentar Hija de Ruta, su nuevo disco. De gira junto a Poseidótica, celebra 30 años de música apostando por el encuentro y la construcción colectiva. Estrategias de una artista del pensamiento lateral.
Es viernes por la noche. Lucy Patané se ajusta unas gafas oscuras. Sonríe. “Estoy lista”, advierte. “¿Por dónde empezamos? Ustedes dirán”.
Arranquemos en el pasado. Un año atrás.
El sábado 18 de noviembre de 2023, Lucy Patané y Paula Maffia presentaron su dúo Lesbiandrama y las canciones de su EP debut homónimo en Distrito 7. Al otro día, sucedía el ballotage de las elecciones nacionales que consagró a Javier Milei como presidente.
Aquella noche, ambas músicas tomaron la responsabilidad de hacer un abrazo contenedor de su recital, entre canciones de intensidad, corazones rotos y deseo.
Las canciones fueron refugio, al menos por un rato. Una vez que llegó el silencio, la incertidumbre fue total.
Veda mediante, había que irse a casa. Nadie quería una doble ración de ese silencio.
Luego de la sublimación musical del vivo, había algo de angustia en Lucy.
Mirar hacia adelante presentaba un porvenir nebuloso.
Por un lado, el advenimiento neoliberal, con sus metáforas ramplonas de motosierras y licuadoras, ya eran suficiente razón para preocuparse por una violencia que no tardaría demasiado en manifestarse.
Por el otro, estaba produciendo un segundo disco. Luego de un excelente recibimiento de su debut solista Lucy Patané, con toda la historieta pandémica de por medio, las expectativas estaban altas. Hacia adentro, sin embargo, ella sentía otra cosa: ¿qué importa mi disco cuando todo alrededor está a punto de detonar?
Un año más tarde. Lucy está otra vez en suelo rosarino. Está por presentar Hija de Ruta, su nuevo disco en Refi. Ese disco. Un segundo disco. Canciones desde el entripado del malestar mileista.
¿Qué pasó entre la Lucy angustiada y la Lucy que, seis meses más tarde, publica una de los discos del año? Pasó bastante. Nadie dijo que sería fácil.
Hija de Ruta es inapelable. Prueba de un excelente presente. Mejor aún: abre caminos hacia el mañana. Lo destacable no se acaba ahí. Patané, de 39 años, acaba de cumplir tres décadas en la música.
Nuestra ciudad supo conocer casi todas sus etapas musicales. Desde la crudeza de Panda Tweak en El Sótano hasta la fiesta celebratoria de Las Taradas, en distintas ocasiones. En el medio, sus llegadas como guitarrista de Diego Frenkel y Paula Maffia. También podríamos mencionar el paso local de varios de los grupos que grabó y produjo. Pero recorrer en detalle el derrotero de su frondoso CV demanda demasiados párrafos.
Debe haber algo entre flashero y místico en que su primera visita a la ciudad (2007) haya sido en clave hardcore. Algo de esos inicios dialoga con lo que propone Hija de Ruta. No se trata de un disco hardcore. En todo caso, es el presente quien se puso hardcore. Lucy sabe estar a la altura de las circunstancias. Por eso advierte: esa libertad va a costarte caro.
No hacen falta palabras cuando habla la música. Una SG abre la conversación. Lxs cuerpxs responden. El idioma es universal. Patané cierra la noche. Hija de Ruta llegó a Rosario.
Suena «Glitter», un rock yugular para un tiempo sin sentido aparente. «Lo caro» llega para corroborar esa primera impresión.
Munida de su guitarra, Patané se mueve entre claroscuros, con fugacidad. Un paso, otro, luego un salto. El iluminador hace lo que puede.
La banda está integrada por Juanito el Cantor y Tomás Pérez Campione en guitarras (productores del disco junto a Lucy), Santiago Marzante en bajo y Roki Fernández en batería.
Tocan catorce canciones. El repertorio se corresponde con sus dos trabajos solistas: Lucy Patané de 2019 y lo más reciente.
«Hoteles de fuego», «En toneles» y «Clavícula» son épicas western de conquista. «Clavícula», con su carga de erotismo caníbal, mantiene intacta su línea picante cómplice, entre Bazterrica y Ampuero. Esa mueca no se quita, sedienta de rojo. Patané la baila, entre pisotones de borcego, segura del escenario.
La urgencia frontal del nuevo disco modifica su lenguaje corporal. Gira en derredor, ocupando todo el lugar. Los guitarristas se adelantan casi hasta el borde del escenario, pero es Patané quien lidera lo escénico.
En «Bukakke» la electricidad pasa directamente por su cuerpo y ensaya una especie de movimiento frenético a la Angus Young, pero en reversa.
Más allá de la SG y su mástil blandiendo electricidad; del ataque core; o de algún groove pesado; predomina una concepción percusiva que siempre está hermana al baile.
La gente responde entre saltos, brazos arriba y gritos. Fundamentalmente, lxs cuerpxs contestan mediante el baile, correspondiendo al núcleo compositivo de casi toda su obra: lo rítmico como medida de las cosas, incluso de la vida misma. Se trata de un entendimiento creativo- paradigmático de quien se crió y formó con la música brasileña como horizonte. El feedback del público cumple como respaldo: la voz de Lucy se siente exigida, por momentos.
Refi, al igual que Niceto el mes pasado, o el Festival FUGA, dos años atrás en la explanada del Macro, regala una mirada similar: la pista tiene gente agitando adelante, a los saltos, en clave rock, mientras que, a los costados, otros grupos bailan, en una frecuencia distinta. No es tanto esquizofrenia cadenciosa, como distintas maneras de exteriorizar los patrones que propone la música.
La lista avanza sin pausa alguna. De hecho, podría ser señal de alarma: ¿un show de Lucy sin intervenciones histriónicas de complicidad con el público? Meten una canción detrás de otra porque están apretados de horario. A la medianoche deben cortar.
Existen, empero, palabras para el público. En primera instancia, saludar. Acto seguido, agradecer su presencia esta noche, eligiendo invertir su dinero en una entrada, en tiempos de billeteras travolteadas.
La banda toca durante una hora. La sensación es que Lucy & compañía desarrollaron una idea concreta para el vivo: es un recital de rock, una entrega directa, no se trata de espectáculo o un evento. La velocidad manda casi hasta el punto en que desalienta el uso del teléfono. Entre que sacaste el aparato del bolsillo, lo desbloqueaste y apretaste REC, pasaron diez cosas. Amén.
“Me encanta la idea de recuperar espacios”, comenta Lucy, mientras explora Refi. De fondo suena la psicodelia de Poseidótica. El cuarteto arrancó la fecha y ella se escapó -un toque- para hacer fotos, ya outfiteada.
Las dimensiones del centro cultural sorprenden. La que supo ser la primera escuela técnica de Rosario alberga pantallas contrastantes, como un viejo juego de plataformas. Una aventura en sí misma para quien quiera descubrirla. Lucy lo hizo temprano, apenas llegaron desde Buenos Aires. Sin dudarlo, tomó nota mental de algunos rincones.
Se divierte haciendo fotos. Le gusta jugar. Encuentra lugares a los que se manda sola.
“Me gusta esa reposera, eh”. Un minuto después está sentada en ella, en medio de escombros, en lo que podría ser una postal absurda, entre camp y distopía post-industrial. Vampira de gafas y sonrisa amigable, toma sol en la noche total. Es un personaje Sarah Connor meets Blade, craneado por John Waters.
Su histrionismo escénico asoma. Especialmente con la gesticulación de su rostro. Cuando se corre las gafas, sus ojos azules lo dicen todo, entre muecas tiernas y miradas profundas, de personaje de historieta.
Cuenta que está contenta con Hija de Ruta. Escucha al disco cuando camina. Cuando hace algunos trámites. Lo disfruta.
Algunos meses atrás, cuando el disco estaba en proceso de realización, la historia era distinta.
Lucy piensa mucho cuando está quieta. Mucho. Pensar no es un problema en sí mismo. El tema es cuando el pensar se vuelve rumiación.
Individualismo salvaje. Hostilidad creciente en el cotidiano de la sociedad. Pospandemia. Política que no ofrece soluciones. Derechos en peligro. Gente que no tiene para comer.
La velocidad de información que hay dando vueltas. La necesidad de opinar de todo. La demanda constante de tener una postura tomada ante cada suceso que asalta la agenda de los días.
Es un montón. Lo sabe. Se ríe, sintiéndose absurda, como un meme. “Todavía estoy procesando el resultado de las elecciones”.
El estudio es tanto catarsis como terapia. ¿Qué otra cosa puede hacer? Otro domingo entre perillas.
Para alguien que supo producir más de treinta discos, la idea de inspiración divina parece lejana. Sabe que no abunda la figura del rayo iluminador. La chispa existe, claro, pero no hay métodos que garanticen su manifestación.
“Es jodido la continuación de un disco. Primero porque no es una continuación. Es otra cosa. Es difícil comparar. La segunda obra está condicionada por la primera. Eso me pesó. Encima afrontar las expectativas externas”, comparte.
Superando las presiones (propias) e incertidumbres dando vueltas, Patané abordó sus procesos con el hábito de quien vive en el estudio de grabación. Paso a paso.
Obrera de ambos lados de la consola, producir Hija de Ruta demandó paciencia.
Encontrarle la vuelta a ciertas canciones fue trabajoso. Hubo frustración. Existió angustia. Se vivieron instantes de drama. Renegar de ciertas partes. Descartarlas. Sin embargo, persistió.
Luego llegó el entusiasmo. Además del caos. Hubo seguridad. Volvió a grabar otras partes. Logró una perspectiva.
“Lo resolví cuando entendí algo que abrió puertas hacia el futuro. Algunas canciones en especial me mostraron posibilidades”.
Nunca estuvo sola en el proceso. Sus compinches Juanito y Campione saben interpretarla.
Hija de Ruta se publicó en julio y tiene una extensión de 32 minutos. Está integrado por once canciones que eligen ser directas, evitando lugares comunes y bajadas simplistas. Lo directo no siempre tiene que ser literal.
En el disco lo cotidiano se manifiesta, brutal y urgente, con voces elevándose desde adentro y hacia afuera. ¿Lo siente Lucy en su propia carne o hace de pararrayos del zeitgeist argento? ¿Acaso importa? El síntoma singular es algo más que una alteración, es el indicio de algo mayor que se manifiesta: un síndrome de los tiempos.
Se trata de una obra de dientes apretados que canaliza la contractura de interminables noches de bruxismo. Patané transforma el hastío de los tiempos violentos en un torrente eléctrico que suena como una válvula cromada.
Es un álbum que tiene un tono picante. Lejos de pasar desapercibido, Hija de Ruta se te planta. La urgencia se traduce en canciones vertiginosas con pulso agresivo. Para subrayar la atención que demanda el disco, en las plataformas las canciones aparecen escritas en mayúsculas. Tranqui.
Con todo, es música reconfortante que te abraza para dejarnos saber que no estamos solxs en este caos civilizado de especulación, timba, cryptobros y violencia anónima desde las redes.
Hija de Ruta tiene un latido adrenalínico. Sin embargo, contempla matices. Aparece lo acústico y la percusión orgánica del propio cuerpo humano. Las tres canciones que se corren de la electricidad reinante hacen la diferencia, otorgándole otro espesor a la escucha.
El cierre llega con una joya rescatada desde el archivo histórico de la familia Patané: «Estoy aburrida», cantada, compuesta, producida y tocada por una Mini Lucy de los noventa.
Ese gesto de clausura rompe con toda idea de solemnidad en lo que se interpreta como un gesto Wildeano: “la vida es demasiado importante para tomársela en serio”.
Con todo lo bueno que puede decirse del disco, es crucial observar las puertas que abre para explorar de inmediato. En «Vinieron a buscar la paga», junto a Marttein, Punga y Proyecto Gómez Casa, Patané se viste con ropajes industriales y algo de Breakbeat hardcore. En apenas 186 segundos la densidad de información es un chute directo de sofística química que pocos pueden manejar. Hay algo ahí: una línea conductora que hermana dos generaciones de circuitos independientes. ¿Alguien dijo Patané Vs Intendente? El tiempo lo dirá.
Lo que demuestra «Vinieron a buscar la paga», así como también «Las dudas y las deudas», es que Lucy sigue ejerciendo su faceta lúdica, construyendo posibilidades desde la raíz indiscutida de su música: lo rítmico. Desde ahí puede partir hacia donde se le antoje.
A las diez de la mañana del sábado, los árboles de Pichincha contienen los rayos del sol litoraleño. Lucy camina por calle Alvear. Levantada hace un rato, viste una remera de Slash, bermudas cargo y zapatillas.
Cuando se cruza con un séxtuple de Nico Sorín, anunciando su inminente visita, se detiene por un segundo y sonríe. “Ah, miralo a Nico”. Inmediatamente, toma una foto y se la manda por WhatsApp.
Junto a Sorín y Proyecto Gómez Casa estuvieron trabajando en el sencillo Karma Dron. Más allá del robusto presente solista, Lucy sostiene una virtud característica de toda su carrera: trazar vínculos creativos con diversos artitsas, activando proyectos que la estimulen ética, estética y espiritualmente.
Hacer con otros es un desafío en una contemporaneidad que promulga, por todos los medios disponibles, que la individualidad es el horizonte definitivo de consagración y realización.
El cartel aparece cuando Lucy se dirige a realizar una de sus actividades favoritas: cafetear. Al mediodía, la caravana de tres autos que integra la gira Rosario-Córdoba, parte hacia la segunda fecha. Ahora la espera el desayuno.
Luego del Niceto agotado para presentar el disco llegaron varias fechas. Mar del Plata, Monte Hermoso, Bernal, Morón, Montevideo, Punta del Este, una gira por Europa, ahora la escapada conjunta con Poseidótica.
Detrás de la gira reside una decisión importante: apostar siempre a nuevas experiencias, pesar de todo.
“Creo que la apuesta por la gira fue una locura necesaria. Si nos fijamos en los números, no la hacemos, obvio. Juntarnos con Poseidótica fue pensar desde otro lado”, cuenta.
“Lo que me parece valioso, entre todo lo imprevisible del presente, es que hay mucha gente deseando. Eso es fundamental para seguir creciendo”.
“Creo que no hay nada seguro en esto: ninguno tiene una fórmula infalible. Por eso mismo necesitamos pensar de otra manera”.
De forma espontánea, una pausa. Lucy considera, por un segundo, un recuerdo que se contrapone con la actualidad. “Creo que hay un matiz generacional en esta apuesta que es la gira conjunta. Somos una generación que supo juntarse para armar proyectos. Arrancamos de esa forma: para tocar tenías que encontrarte con alguien, sumar entre varios. Cuando pasó Cromañón, fue un quiebre. Además de la tragedia, en Buenos Aires vino como una época de cortarse solo, de armar cada proyecto de manera individual. Nosotros nos criamos en otro plano. Después sufrimos ese quiebre. Ahora vemos que nuestras decisiones responden a esa lógica colectiva”.
“Hacer con otros es necesario”, afirma, mientras le agrega miel a su té.
La iniciativa del tour conjunto responde al imperativo de encontrar formas que se corran de lo establecido. En ese sentido, Lucy apunta de manera reiterada la necesidad de salirse de la inercia que predomina en el circuito: “parece que siempre se necesita más, mayor escala para todo. Luego de una sala de tamaño medio, seguir con otra más grande. La lógica de escalada no significa que sea mejor la propuesta, o lo ideal para el proyecto”.
“Luego de agotar Niceto, seguramente todo apuntaría a hacer algo más grande, reafirmar eso. Nosotros vamos a cerrar el año en Maquinal, un lugar que nos permite algo diferente”.
“No me interesa esa lógica de siempre pensar en moverme hacia arriba. Me estimula mucho pensar en movimientos laterales, en correrme para investigar qué encuentro hacia los márgenes”, reflexiona.
Paulatinamente el concepto de ser una hija de ruta toma otra relevancia. “¿Hay gente interesada en escucharme en Comodoro Rivadavia? La hay. Encontremos la forma de llegar ahí. ¿Qué está pasando en Santa Fe? Quiero saber. Vayamos”.
Diez días atrás Lucy tocó junto a Kumbia Queers en Club de Arte Tempuja. Esa fecha trajo una reflexión a partir de una conversación Pat Pietrafesa: “hay que saber elegir los lugares donde tocamos. Es importante saber quién es tu público, poder mantener cierta perspectiva de dónde están las cosas. No siempre se puede elegir, pero es fundamental poder atestiguar qué está pasando con quienes llegan a tus shows”.
¿Qué está pasando, entonces, en la seguidilla de recis que viene llevando a cabo? Por encima de una banda que sostiene la química y canciones que van evolucionando, hay una observación relevante: “vienen cada día más chabones. Eso marca que está ocurriendo algo por afuera, que está llegando. Porque son los chabones que predominan la escucha de rock. Algo está pasando. Me sirve mucho notar eso”.
La nativa de Bernal agradece que la gente invierta en las entradas. Lo aprecia en voz alta, cada vez que puede, ante los micrófonos de sus recitales o en los medios, en ocasiones de entrevistas.
En un contexto cada vez más complejo las fechas de Hija de Ruta vienen bien. Entiende que no puede quejarse. Mira alrededor y sabe que la situación se complica con cada mes que pasa.
Con la venta de entradas cayendo un 50% desde octubre, tanto en CABA como Córdoba, Santa Fe, Rosario y La Plata, hubo giras, fechas importantes y algunos festivales-franquicia que tuvieron que reprogramarse, suspenderse hasta nuevo aviso o directamente darse de baja. Aun invitando gente, la merma se hace sentir fuerte, sin señales de pronta mejoría.
“La música sigue siendo razón de encuentro”, destaca. “Celebro eso. Es como un abrazo. Los recitales son nuestro lugar de pertenencia. Sabemos que ahí nos encontramos, que resistimos. Cada banda, un poco, es una pandilla que sueña con cambiar algo. Necesitamos eso”.
Lucy no arriesga una explicación puntual sobre la seguidilla de fechas alentadoras.
El disco gustó, sin dudas. Tiene una audiencia fiel que se va ampliando hacia otro público. Es paso a paso. Ladrillo por ladrillo. Por supuesto, trabaja con un equipo estable desde hace años, que la acompaña, la comprende, la contiene y, sin dudas, la potencia.
“Con Niceto fue increíble. La gente nos sorprendió. No esperábamos algo así tan pronto”, se sincera. “Creo que encontramos una forma de salirnos de lo predecible. Otra vez: mejor evitar escalar, ofrecer algo distinto, pero siempre pensando en qué podemos dar desde esa diferencia”.
“La estrategia no es nuestro fuerte. La mejor estrategia es la no-estrategia”, concluye.
Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard