Nina Suárez visitó Rosario para participar en la nueva edición de Explorar el Azar, el ciclo creado por Pauline Fondevila en Bon Scott. Entre dibujos y cervezas, reflexiona sobre el periodo inicial de su carrera desde una perspectiva diferente. Confesiones, elecciones y procesos de una música que sueña con rutas y canciones.
Nina Suárez está en Rosario desde hace veinte horas. Llegó bien entrada la tarde del martes. Durmió. Por la mañana estuvo paseando, bien atenta al Paraná. Fumó uno, disfrutando el calorcito. Caminó bastante. Transitó algunas zonas que únicamente conocía de noche. Todo en plan relajado.
“Esas escaleras al lado del río son tremendas. No, boludo. Re agotada quedé”. Lo cuenta, entre risas, incrédula sobre su poca resistencia.
¿Energía y estado físico van ciento por ciento de la mano? Nina estuvo de paseo toda la mañana, luego encaró para Bon Scott para ayudar a montar una muestra, pintar de rojo sangre algunos detalles de sus dibujos, tomar birra y charlar entre más preparativos, revisar una guitarra prestada, hacer una entrevista, cambiarse, outfitearse, subirse al auto en dirección a una locación de fotos desconocida. Energía sobra.
En el auto, se divierte, queriendo llegar ya al lugar. Lo suyo es disfrute, además de energía. Con tanta curiosidad y disfrute, recuerda una de las máximas más amables de Oscar Wilde: “Vivir es lo más raro del mundo. La mayoría de la gente existe, eso es todo”.
“Che, qué divertido. Otro paseo. Vamos. Me encanta”.
Vamos.
Habla desde una frecuencia verborrágica. Sin embargo, no regala nada. Tiene la medida justa para interpelar, conectando a mitad de camino. Abre los ojos, enormes, involucrando a su interlocutor. Nina quiere escuchar. Reacciona ante el estímulo.
Habla de cine de terror. De Pearl. De la espera por MaXXXine, la nueva de Ti West. Los villanos no son tan villanos. Los malos no son tan malos. De Stone Roses. Las canciones no tienen género. La mejor música no tiene género concreto. Lo fundamental es que llegue, que se internalice, que logre transformar.
La tarde, el calorcito húmedo y la cerveza complotan para mejor. “¿No querés un vaso? Creo que está ideal”, convida, sentada en una de las mesas de la vereda.
Nina está en Bon Scott para participar en Explorar el azar, ciclo que capitanea Pauline Fondevila desde hace tres años. La edición número 22, presenta una muestra de Arabesca y Daff15015, con ella como invitada desde Buenos Aires. Además de integrarse con sus dibujos, Nina llega con un show en vivo.
Sus dibujos recorren el imaginario de terror y ciencia ficción. Desde Psicosis de Alfred Hitchcock y El bebé de Rosemary de Roman Polanski hasta la serie Westworld o la anteriormente mencionada Pearl.
Se trata de su tercera visita oficial a Rosario. La primera fue en el verano del año pasado, en lo más alto de Plataforma Lavardén, junto a Perro Fantasma. Esa oportunidad la encontró con su banda, en formación de cuarteto. La segunda, ya en primavera, fue para el debut del festival Niños del 00, en Galpón 11, tocando como trío. Ahora, en clave solista, la espera una noche de voz y guitarra.
Mientras está en Rosario se anuncia su primera gira por el noroeste. Se aproximan fechas en Salta, Tucumán y Santiago del Estero. También en Mar del Plata. Recientemente hubo toques por Córdoba y Rafaela. Todas con banda completa.
Recorrer la Argentina se le da bien. Es algo que forma parte de su vida desde chica. Tiene familia por diferentes latitudes del país. La acción de girar, además, forma parte de su ADN artístico. Tomar la ruta con rumbo hacia una fecha es parte de su matriz.
“Es hermoso viajar para tocar. Es una fantasía hermosa”, considera. “También es muy real para mí. Es algo atado muy a como trabajó mi vieja (Rosario Bléfari) siempre. Es ella despertándome para salir temprano porque hay que tocar. Es compartir eso. Ese viaje. El camino”, recuerda.
Algo para decirte cristalizó el inicio formal de su carrera. El oficio lo tiene desde siempre. La llegada de su ópera prima formalizó a la música como protagonista de sus días. Desde el año pasado se mantiene tocando. Viviendo sola. Apostando a trabajar en ese oficio.
“Creo que este puede ser el resto de mi vida…”, confiesa con cierta inseguridad que inmediatamente despeja: “…me encanta. Pensado, cuando lo hablo acá, en voz alta, creo es fuerte decirlo. A la vez es re forzoso en un montón de cosas. Pero bueno, es increíble”.
Se produce un silencio. Son apenas unos segundos. Los justos para pensar las razones de esos sentimientos encontrados. No se trata de conflicto, en todo caso, es saber que se habita un territorio que no ofrece seguridad alguna. Dedicarse a la música se trata de un salto de fe, siempre.
“Es una locura. Porque siento que es lo que quiero hacer toda la vida. Toda la sensación resulta extraña. Encontrar algo así de fuerte es extraño. Es un sueño. Pero, ponele, es lo único que sé hacer. O sea, lo único que aprendí es esto”.
Cómo trabajar de esto. Lo plantea en voz alta, una pregunta retórica que arroja sobre la mesa. Un sorbo para tomar distancia y saltar hacia ninguna respuesta: prefiere una reflexión. Es algo que viene masticando desde hace tiempo. Cala más profundo que una conversación de diván en calle Ricchieri. Hay planteos internos que reverberan hace rato. Afortunadamente, se trata de eso: reverberación mas no rumiación.
“Laburar de la música es algo independiente, también. O sea, una vida alternativa”, comparte. “Justo vengo pensando mucho en esto porque en mayo cumplí 23. Hice una revisión del año que pasó. Pensaba que me encanta vivir así. Pero bueno, a diferencia de lo que muchos podrían creer, que elegir una vida alternativa es una viva la pepa, es todo lo contrario. Por muchos momentos es el doble esfuerzo. Y encima está todo abstractamente distribuido. Tipo, no hay una recompensa fija que venga después de tu esfuerzo. La podés pasar muy mal o poner mucho lomo y después el esfuerzo… la recompensa no viene. Tipo, lo lograste, tomá. Es como que capaz tardó un montón o capaz ya pasó y no la viste. Es fuerte”.
Igual lo elige. Mantiene su elección. Se concentra en trabajar. Sigue adelante.
A su alrededor observa algo: emocionalmente todos están en el mismo lugar. Nadie la tiene segura. Advierte que eso es parte del viaje.
“Pienso mucho en lo que atañe a mi decisión. Lo que amás, lo que laburas, lo que soñás y tus amigos, que también son músicos. Quiero hacer todo bien. Tipo, ser buena amiga, ser buena líder, ser buena persona, ser buena… inquilina. Todas las cosas tienen que ver con lo mismo, ¿viste? Es como… Es un montón y a la vez es hermoso que esté fundido en una sola cosa”.
En las apariciones de los últimos veinte meses, entre festivales y cuevas de Buenos Aires, Córdoba, La Plata o Rosario, la evolución de Nina fue orgánica. Sabe que recién está fortaleciendo sus raíces.
El proyecto Nina Suárez se construye de forma colectiva, junto a compinches con experiencias robustas. A medida que avanza con su banda, probando diferentes formaciones, experimentando sobre el escenario, indagando posibilidades y limitaciones, Nina explora su rol, tanto como líder como cantante y como guitarrista.
Es notable la sucesión de máscaras a través de las fechas, entendiendo que cada noche es oportunidad de exploración. Nina juega con los roles. Comprende que cada canción es una fantasía de tres minutos.
En sus canciones lo único explícito es el deseo de explorar. Ninguna bajada es segura. La literalidad se extravía. Ella prefiere pintar desde la abstracción, invitando a explorar en conjunto. Su fantasía es abierta, para desandar en compañía, escuchando con los oídos, pero procesando desde otro lugar.
Cuando Nina toca «Te amo», su versión de «Somethin’ Stupid», lo hace desde la apropiación descarada, lo que constituye una prueba de devoción por el clásico que tantas veces fue interpretado, aunque no así reimaginado.
En octubre pasado, en el marco de la primera edición del festival Niños del 00, eligió esa canción para comenzar la noche. En un Galpón de la Música sumido en oscuridad, su voz entonó el clásico como un mantra íntimo y confesional que rompió el hielo. Ese comienzo, además, mostró una fragilidad valiosa para enfrentar a las 300 personas presentes. Salir al escenario con alguno de sus temas más reproducidos o covereando algún hit hubiese sido más fácil, sin embargo, sobrepasando cierta timidez, esa versión vulnerable funcionó de manera disruptiva, permitiendo la atención, desorientando expectativas de obviedad.
Las versiones son una constante para Nina. En las fechas en vivo, en grupo o solitarias, o en apariciones radiales o de streaming. Indagar en ese rastro sorprende, por la variedad de colores y aproximaciones. Con todo, ese rastro posibilita otra mirada -escucha- sobre Nina: la que indaga, desde el disfrute, en el crooning.
Hay mucha diferencia entre cantar y croonear. Esto último es un arte en sí mismo. Es imprimirle una mirada identitaria a la canción, utilizando matices que involucran sentimiento, teatralidad y una sinceridad falseada que interpela de acuerdo a cada ocasión.
Entre canciones propias y ajenas, Suárez oscurece sus tonos, eligiendo qué matices priorizar, como una narradora eficaz. Esos tonos son fluctuantes, enriquecedores, necesarios para hacer de una canción una historia popular que, si bien fue tocada y escuchada millones de veces, se resignifica y toma otro espesor para nuevas generaciones o el público presente.
Su desempeño en solitario arroja otra pista de su -posible-educación sentimental: el bolero. Los rasgos melódicos están al servicio de la narración romántica que desconoce de pudores.
En Bon Scott «Te amo» suena poderosa, con la guitarra quedando en un tercer plano: su voz lo ocupa todo, inmediatamente seguido por un silencio cautivo, expectante de su próximo movimiento. Puede que el rasgueo no esté ahí donde se espera porque, ante todo, la ejecución es sanguínea, irrepetible desde su imperfección.
Meses atrás la versión podía ser vulnerable, cantada desde una sensación de incertidumbre. Hoy, tal vez, la atrevida declaración de amor llegue desde un lugar de segura desesperación, lo que hace que su actuación sea particularmente emotiva de una manera que le habla directamente a la audiencia presente a pocos centímetros de distancia.
Máscaras. Roles. Interpretaciones. Nina se mueve con comodidad, jugando con el momento. Con el paso de los meses, según la ocasión, el abanico de posibilidades se expande. Habrá más rostros, apostando siempre a lo irrepetible.
“Me encanta ese juego”, señala, con una sonrisa gigante. “Me encanta y lo descubrí hace poco, incluso”, observa.
“Al principio no pensaba en nada de eso. Bueno, sigue siendo el principio igual. Me refiero a que en las primeras fechas no pensaba en nada más que los nervios de tener que tocar. Posta, eran re nervios. No pensás más nada que eso: salir a tocar. De repente empezás a pensar en una visión. Cómo traducir cosas que uno piensa o visiona a las demás personas. Empezó a pasar eso y me divierte mucho”.
“Es algo teatral. Creo que está re bueno traer un poco de eso para crear. Es un personaje, a veces. Pero también está el personaje cuando son mis canciones. Soy yo, pero ya no soy yo de alguna forma”, comparte. “Me gusta hablarlo acá para pensarlo en voz alta”, ríe, mientras busca explicarlo con mayor detalle.
“Está bueno lo de interpretar o ponerse más en ese personaje. De tocar desde ahí. Al ser todo tan personal, como mi nombre, mis canciones, mi banda, termina resultando más liberador. Soy yo con mis canciones, jugando un rato. Toda esa mezcla, entonces, suma”.
“Como que es el otro polo de lo intimista. De escribir un tema de tus emociones y todo eso. Y mismo de compartir con amigos un proyecto de trabajo. Y musical, pero también de trabajo. Está toda esa mezcla. Lo que es algo re íntimo, lo personal, y de repente tocar es de alguna manera lo contrario. Saliendo desde lo exterior. Así que lo re disfruto a eso”.
Desde que el proyecto Nina Suárez empezó a rodar, la formación del grupo fue trío, luego cuarteto y ahora, de nuevo, son tres. Por estos días canta y toca la guitarra, Manolo Lamothe se ubica tras los parches y Juana María Muschietti se encarga de las cuatro cuerdas.
El presente del grupo es pura solidez, con una plenitud lograda a fuerzas de ensayos y de tocar una fecha tras otra, curtiéndose frente al público.
El formato de trío parece ideal para canalizar las canciones eléctricas de Nina, con la guitarra como hilo conductor que irradia energía y armonía, acompañando lo fundamental de la letra.
Además, la triada Nina-Manolo-Juana logra un lucimiento escénico que captura los sentidos del público en una dinámica de relevamiento constante casi inconsciente. Con Lamothe sosteniendo todo desde atrás, firme y confiable, Nina puede jugar sus múltiples roles como intérprete esquiva o también ser una guitarrista desenfadada o minimalista. Es entonces cuando Juana, de gran presencia, pasea por el escenario, desequilibrando con el mástil de su bajo, con una base que puede ser punkera o gazer, aunque siempre melódica.
Ese funcionamiento sirve en escenarios de dimensiones grandes, como pudo apreciarse en octubre en el Festival Niños del 00, o en cuevas derruidas como El Portal, en ocasión del Festival ADA, impulsado por Archivo de Discos Argentina, en diciembre. Aquella calurosa noche porteña, la banda cerró la jornada, sobre un escenario pequeño, casi al ras del piso. Con Nina entregada a la electricidad total y Lamothe empapado en sudor (reclamando urgente hidratación cervezal) tocando de manera atronadora, la bajista fue delantera declarando, surcando entre la gente, sosteniendo una base punzante. Esa arremetida vertiginosa, sin perder las formas, sin embargo, puede aplacarse de una canción a otra, recobrando matices y también deslizando sutilezas casi desnudas.
“Detrás de las cosas hay una curaduría y pensarlo mucho”, comparte a partir de la devolución. “Es laburo. Re.”
“El corazón es de trío. En su principio nacimos siendo Chicho (Guisolfi), Manolo y yo. De hecho, ahora los temas nuevos que estamos haciendo para grabar, también son de a tres. Tenemos la idea de que salga el año que viene. Lo vamos construyendo poco a poco al segundo disco”, revela.
“Tener una formación de cuatro es complejo porque no podemos estar todos”, explica. “Luego de eso se fue armando la idea de volver a ser un trío fijo. Pero pasó que me reencontré con la guitarra. A medida que pasaron las fechas me fui sintiendo más cómoda. Permite muchas posibilidades ser una sola guitarra. Después entró Juana. Me encanta como toca y toda su actitud. Es una amiga, además. Ella suma toda otra cosa al trío. Mete actitud, un bajo distorsionado, entrega. Es todo más rockero, quizás. O todo más punk. Se termina de formar una cosa triangular a la hora del show”.
“Nunca había pensado las cosas de manera premeditada en cuanto al sonido y a la escena. Tomé consciencia a partir de lo venimos haciendo con esta formación”, cuenta, contenta, casi atropellando las palabras. “De repente fue sucediendo, se fue armando. A nivel sonido e imagen, descubrí mucho. Lo sigo haciendo. Son procesos, obvio”.
“La primera fecha que tocamos los tres juntos fue en Córdoba, en Casa Babylon. Después vinimos a Rosario. Fue que flasheamos algo más punk, ponele. Moverse por el escenario, hacer como ruido. Utilizar eso como recurso. Antes la cosa se volvía más indie. Al sonar todo era perfecto. Sonaba como el disco. Era darle play, sonaba. Pero después se fueron rompiendo las canciones con la otra formación”.
Romper significa empezar de nuevo, pero no desde cero. Combinando los nuevos elementos escénicos, el ímpetu decidido y un conocimiento detallado de cada recoveco de las canciones, todo el repertorio cobró nueva vida. Es así que suenan incontenibles, hasta quizás más personales que nunca antes. La química marca el pulso para seguir abriendo los caminos de la canción.
La voz de Nina es poderosa. Podría argumentarse que la amplificación es innecesaria, habilitando un Bon Scott en clave peña. La gente está muy cerca. Lo necesario.
En su cercanía el público aporta una instrumentación que tampoco precisa amplificación: un silencio devocional. Esa capa omnipresente es un agregado fundamental.
Alrededor de Nina, tanto adentro del bar como desde afuera, con la gente asomada hacia adentro del ventanal, se advierten una diversidad de rostros. Un centenar de criaturas, distribuidas afuera y adentro, paradas, sentadas, asomadas, arrodilladas o en cuclillas que miran, escuchan, estudian, disfrutan.
La escena es inclasificable. La audiencia es inclasificable. Nada nuevo: donde quiera que esté tocando, su público es variopinto, de estéticas diversas, con un rango etario que se extiende de 14 hasta 50.
Ese alcance, además de atravesar segmentos, posibilitando una audiencia amplia -algo vital para poder tocar en una diversidad de salas con target propio- permite una multiplicidad de lecturas, apropiaciones y resignificaciones de sus canciones. En ese sentido, de la misma forma en que sus temas eluden lo literal, las interpretaciones de parte del público se cuentan tanto por lo individual como por lo generacional.
Recorrer su material en YouTube equivale a sorprenderse. Además de recibir mensajes y comentarios de México, Chile, Uruguay y Colombia -Argentina, por supuesto- es notable la cantidad de lecturas que genera la escucha de sus temas. El grueso de los posteos habla de amor (o desamor) aunque también se aprecian unos cuantos que hablan de traición, desapego centennial, nostalgia, mortalidad y hasta fe.
¿Será lo mismo en la vida real? ¿Sus canciones disparan tantas lecturas en el cotidiano tangible que transita la autora de esas canciones? Hay que ver.
Ante todo, Nina se ríe. Quizás de manera preventiva. No puede hacerse cargo. No debe, tampoco. ¿Sabrá lo que genera ahí afuera?
“Eso es una locura. La verdad es que no sé qué flashea cada persona. A mí me sorprende y me encanta que haya esa llegada”, indica. “Sobre todo lo demás, no sé”.
“Ver distintas edades desde el escenario es re loco. No lo puedo creer. A su forma, toda esa gente te deja saber que le encanta lo que hacemos. Me parece tremendo”.
“No podría explicar la razón de todo eso que se genera. No hay un porqué evidente”, advierte. “Si tuviera que responder, creo que se debe a que no pienso en ningún público cuando hago las canciones. Jamás estamos pensando si está destinado a tal cosa, a tal público o tal contexto. Entonces, al no tener ningún tipo de dirección, es universal, llega. Hay gente que lo siente y otra que no”.
Un detalle que no pasa desapercibido: la composición de la banda. Nina tiene 23 años. Juana 36. Manolo 40. Manejan distintas edades. Pero hay más: los tres integrantes se mueven mucho, transitando una escena común desde subjetividades diferentes. Todo suma para reflejarse de una manera poco predecible, logrando un factor ¿random? que resulta estimulante, además de curioso.
“Hay como una cosa medio adolescente en todo el proyecto. Esa cosa adolescente mía. También adolescente de cómo son adolescentes son Juana, Manolo o Chicho. Se mezclan todas las maneras”, señala. “Se van mezclando esas adulteces y adolescencias todas. Y es como una bola sin edad. Capaz un poco por eso será”.
En Bon Scott suenan «Algo para decirte», «Hasta que llegaste vos», «Corrida al arco» y «Quequén» , entre otras. Cada canción tiene un punto de inflexión emocional contagioso que la gente canta sin atentar contra el clima. En realidad, nadie quiere que termine.
Cuando se despide, los aplausos son cerrados, en un efecto surround que arranca sobre el fondo del bar y se expande por sectores, terminando en la vereda. Afortunadamente todavía es temprano y los aplausos exteriores no deberían molestar a los vecinos de la cuadra.
Hay decenas de saludos para Nina. Felicitaciones. Abrazos. Besos. Charlas varias. Algunos pedidos de fotos. Cerveza en mano, agradece a cada persona que se acerca.
Mañana vuelve a Capital Federal. A la noche toca un tema como invitada de Mariano Manza Esain en La Casa del Árbol.
“Mi vieja siempre insistió en llevarme de gira con ella. Quería mostrarme el país de esa manera. Me despertaba re temprano, boludo”, recuerda. “Eso se lo re agradezco”.
“Levantate que me vas a acompañar en mi gira acústica. ¡Si! Qué bueno, falto a la escuela. Ella siempre insistió en llevarme a las giras que hacía. Nos escapábamos. Era re ponerle el lomo de su parte”, relata con ternura.
“Para mí era increíble: levantarse re temprano, ir caminando hasta la estación, de ahí salir para algún lugar desconocido e interactuar con las personas que nos daban la bienvenida. Agradezco esa enseñanza porque es lo más valioso de la vida. Aprendí la importancia de que te reciban en un lugar, que te abran las puertas. De compartir todo eso. Es increíble”.
En una de esas escapadas Nina tocó por primera vez. Lo recuerda patente hasta el día de hoy. Fue en Córdoba. “Hice una canción mía. Era re chiquita. Cuando vuelvo siento que me pasa algo con ese lugar. Con Rosario es lo mismo”.
“Siento que tengo como una parte de mi corazón que sueña con el paisaje de la ruta”.
El jueves, bien temprano, otra vez está viajando hacia el horizonte que eligió como vida. Tiene que tocar. Va feliz.
Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard