ATREVERSE DESDE LO NUESTRO: HORIZONTALIDAD Y CONSTRUCCIÓN AFECTIVA EN UN FESTIVAL QUE AUNÓ PRESENTE, PASADO Y FUTURO

Bubis Vayins, Daddy Rocks, Fresita Veneno, Torneo de Verano, Gladyson Panther y Las Aventuras protagonizaron un festival sin nombre que reunió a tres generaciones de la escena rosarina y apostó por lo colectivo en tiempos de sálvese quien pueda.
Un encuentro necesario para comprender las raíces formativas de nuestro presente y vislumbrar el futuro que llegó hace rato.

 

Desde los albores de las redes sociales, el anuncio de “festival de música” tiende a evocar imágenes de atracciones de feria, instalaciones de branding a gran escala y multitudes de jóvenes consumidores apretujados como anchoas. La story es prioridad. La música, no tanto.
En la era del eventismo reina la promesa de escapismo y escenarios que inducen a la envidia:  Mirá dónde estamos; mirá dónde estoy; mirá dónde no estás vos. Pero ese gancho consumista funciona de manera anticipada: No te podés quedar afuera.
Es legítimo que exista eso para quien lo desee. El problema surge cuando la asfixia es tal que no queda nada fuera de esa realidad. Lo peor es cuando, desde abajo, se intenta replicar esos patrones de consumo en una escala menor.
El evento es ley. ¿Te querés quedar afuera? ¿Cómo te vas a quedar afuera? Lo importante es pertenecer; ser aceptadx; ser unx más. Primero sé unx más. Lo demás, vemos.
Sin aproximación ética ni intención estética, la estrechez de miradas es abrumadora. Abunda eso en Rosario, especialmente ahora que la profundización del modelo conservador ganó en todos los frentes, incluso en lo artístico. Más de lo mismo, no importa cuando leas esto. Sin embargo, aquí estamos. La necesidad de una alternativa orgánica, libre de pretensiones e ínfulas aspiracionales, se hacía impostergable.

No fue un evento canónico ni un momento histórico. Tampoco un ‘must’ en ninguna agenda. Un sábado de recis en Refi. Para la mayoría, una despedida de año.
Seis bandas tocando: Fresita Veneno, Torneo de Verano, Las Aventuras, Gladyson Panther, Bubis Vayins y Daddy Rocks.
Un festival que ni siquiera apostó por un nombre formal.
En una época marcada por la literalidad, encontrarse con algo sin nombre ni título puede resultar aterrador. La sutileza de la propuesta no pasa desapercibida. La música, por sí sola, es suficiente.
No hubo ganchos de color, golpes de efecto ni aditivos fuera de la música. Ni siquiera se explotó el anzuelo emocional de la despedida de Torneo de Verano. Gladyson Panther tocó tres veces en la misma semana, dos de esas fechas con entrada gratuita, lo que podría haber afectado su convocatoria en particular. Sin embargo, la gente respondió.

Desde adentro y hacia afuera, el festival del 7 de diciembre (7D) fue un asunto informal, despojado de todo protocolo o concepto tradicional de evento.
La construcción fue gestáltica, con cada banda funcionando como una parte involucrada, además del ciclo Electric Monkeys y Efe (guitarrista y gestor cultural en ciernes) encargándose de gestión de booking, más la logística técnica y burocrática, en los meses previos y el sábado en cuestión.
Ese espíritu de horizontalidad fue esencial para el funcionamiento y posicionamiento orgánico de la fecha dentro de una agenda complicada: primer fin de semana de diciembre, mes de gastos extraordinarios por las fiestas, despedidas, etc., además de anticipar las vacaciones de verano, en un contexto ya de por sí desesperante, con bolsillos magros y deudas galopantes.
Tanto el viernes como el sábado estuvieron colmados de propuestas por toda la ciudad. Con algoritmos ajenos de por medio (¿acaso alguien todavía se entera directamente a través de las RR.SS.?), la comunicación se humanizó desde lo personal, corriendo de boca en boca e invitando desde la cercanía.
Discursivamente, el 7D se activó de forma independiente. Ni venta de marca, ni aprovechamiento del circuito. Un festival de bandas en un marco amigable.
Muchos festivales importantes son propiedad de grandes empresas de entretenimiento, o de pequeñas productoras que operan bajo lógicas comerciales. Peces grandes o chicos, la dinámica es similar.
“No hay nada en contra de esos festivales, pero aquí adoptamos un enfoque más terrenal”, comenta alguien desde adentro, un rato antes del comienzo, mientras carga equipos.
Creo que somos una comunidad. Vamos por otro lado”, afirma otra persona, trepada a una escalera.
Sin literalidad ni redundancias, el 7D parece reflejar una idea clave: apelar a lo colectivo en tiempos de sálvese quien pueda.
La música irradia. ¿Qué irradia? Luminosidad e ideas.
Las -algo más- de 200 personas que pasan por Refi parecen identificarse con eso.
Nadie se hace solx. Todxs nxs necesitamos. Somos lo que cuidamos.

La campaña de comunicación funciona y la gente llega temprano. Hay público presente para todas las bandas, lo que genera una sinergia perfecta que no padece baches.
El entusiasmo de los artistas surge en respuesta a una pequeña multitud que parece sedienta de música.
Casi no hay margen para la contemplación distante. La idea de despedida de año encuentra reciprocidad. La gente vino para ser parte. Se saben las canciones. Piden sus favoritas.
Ya sea el distorsionado pop alternativo de Gladyson Panther, el entrecruce académico adulterado de Bubis Vayins o la transición colisionante de Las Aventuras: algo sucede durante toda la noche, con el público potenciando cada momento.
Gladyson Panther arranca con un estreno. No pierde tiempo. Mete una canción detrás de otra, impulsado principalmente por el corazón de la banda: el baterista Guido Castelloti.
Para Gladyson Panther, el 2024 se definió en vivo, algo que tiene sentido, ya que parece haber encontrado la formación perfecta en términos de exploración estética e impacto escénico.
Torneo de Verano entrega sus canciones de forma directa, sin pausa.
Evitando la demagogia, no utilizan la carta del “último concierto” hasta el momento justo. Es apenas un pequeño anuncio donde comunican que se despiden y que habrá nuevos proyectos en el futuro. Los saludos llegan, pero no pierden tiempo y se lanzan a cantar junto a su público. El tradicional trofeo —tuneado en tono navideño— se levanta por última vez, bajo los papeles de cancha que sobrevuelan la sala. Abajo del escenario, habrá abrazos estrechos por doquier, unos cuantos “te amo” y lágrimas emotivas.
“Está bien que termine aquí, de esta forma, como empezamos, rodeados de gente querida”, comenta Lucho, baquetas en mano.

La presentación de Las Aventuras es atrapante, quizás la mejor de toda la jornada. Recién agrupados, tras un tiempo sin baterista, sumaron a Leandro “Chapi” Casas para ocupar el puesto. En octubre tocaron en Casa Mona, volviendo al ruedo. Esa noche, aunque dubitativos, probaron estar vivos. En Refi, la forma es definitiva.
La entrega es climática y explorativa. A veces es atronadora, mientras capas de guitarras y melodías distorsionadas se acumulan y chocan con una verdadera efervescencia y crujido físico (ocultos bajo las sombras de las proyecciones, los cuerpos se desdoblan). Pero también es increíblemente suave.
El grupo maniobra hábilmente un estado de flujo colectivo. Si se lo proponen conscientemente, no les sale. El vivo es su mejor versión, siempre. Son una banda constructivista. La última.
Allí radica el desafío para el futuro de Las Aventuras: plasmar esa elevación en un disco. Cuanto más imposible, mejor. Ahí radica parte de la diversión, probablemente.
Fresita Veneno pasa de la intimidad de su debut en octubre en Bon Scott a integrar un festival con público ajeno. La tarea no le pesa al cuarteto integrado por Cata Lacelli en sinte, Paya en voz, Nachu Priotto en bajo y Zadu en batería.
Ahora les toca ocupar un escenario amplio. Paya habita el espacio, entendiendo la distancia: tanto la que separa a la banda del público como también la brecha entre Lacelli y Priotto. La transita, entre pasos zigzagueantes, mientras afloran letras de imágenes poderosas. ¿Dijo lo que dijo?
Entusiasma adivinar ciertos rasgos performáticos en los movimientos de Paya. Se intuye una soltura escénica que terminará por apropiarse de la situación. El futuro dirá.
Para una banda que llegó cantando sobre “sentir la nueva ola” y destacando lo sustancial de estar presente allí donde pasan las cosas, tocar frente a un fandom enardecido, conformado por gente desde adolescentes hasta mayores de 40, es una consagración.
Los pegadizos himnos de Daddy Rocks encuentran nuevos arreglos para canciones que, lenta pero certeramente, se acercan a los veinte años de vida. Más allá de su negativa a tocar un bis, lo que le vale algunos gritos de “vago”, Jota demuestra ser un guitarrista que sabe lo que hace con su Fender Floyd Rose.
La banda supo ser dueña de su camino. En ningún momento se dejaron llevar por lo ajeno. Con su coherencia esquiva, eligieron dónde estar, sentar posición, elevar su voz. El tiempo les dio la razón.
El secreto de la permanencia del grupo tiene un basamento ético, sin dudas. Sin embargo, la única verdad es la realidad: a través de los años, en cada instancia, buena o mala, desastrosa o maravillosa, ahí estuvieron las canciones de Daddy Rocks.

“Bueno, viejas, se termina”, anticipa Maru de Bubis Vayins antes de encarar el final. La lista se terminó hace minutos, pero hay necesidad de más, tanto arriba como abajo del escenario.
Nadie quiere perderse a la banda. Afirmar que están en su mejor momento sería un grave error: el quinteto apenas está comprendiendo el potencial de sus habilidades.
La sala está encendida en un vértigo horizontal.
Una vuelta por los distintos rincones de Refi nos deja saber que el 7D trasciende más allá del escenario y el público: hay una convergencia que atraviesa décadas, bandas, sellos y vidas. El timeline acarrea tres generaciones unidas, entre cercanía y distancia.
Hace falta observar con atención para unir los puntos. Es un ejercicio estático que resulta en un pedazo importante de la cultura independiente de Rosario.
Fresita Veneno debutó en El Bon, la misma sala que, en 2016, albergó el inicio de Gladyson Panther como proyecto en banda, en una fecha compartida con Daddy Rocks. Aquella misma noche de un gélido y lluvioso sábado 7 de julio, a pocas cuadras, Mi Nave presentaba Ojos Cuadrados en La sala de las artes. Andrés Yeah, guitarrista del recordado cuarteto, en 2024 es responsable del diseño de las remeras de Gladyson Panther que se multiplican en Refi (y por las calles) y el fanzine que se vende en el puesto de merch.
Pero hay más: temprano, entre el público, se advierte la presencia de Nacho Molinos, productor y responsable del pausado sello Soy Mutante, además de bajista de Matilda y Tensión. Molinos, quien está apreciando el show de Fresita Veneno (¿será que se vienen cositas en conjunto?), supo ser productor de los dos primeros discos de Daddy Rocks. Pablo Lucas, bajista de Bubis Vayins, supo integrar una banda llamada Los Que Perdonan (embriagador emo melódico adelantadisimo al revival que vive el subgénero en nuestros días), que grabó con Molinos para Soy Mutante un disco llamado Todo va a empeorar en 2016.
Mientras Bubis Vayins enciende una celebración colectiva, quienes están en la primera línea, agitando con la energía propia de la juventud, son les integrantes de Princesa Tetrabrik. Militantes de la escena under desde sus primeras adolescencias (incluso cuando llegaron de otras ciudades para estudiar y trabajar) conocen bien el paño, desde las bandas más jóvenes hasta las clásicas. En estos días Princesas se encuentra bosquejando material Nineo Zoom, en clave lofi.
¿Qué tienen que ver este ejercicio de conectar puntos, como una especie de matcheo colaborativo y creativo? Todo.
Por encima del sólido resultado artístico y de la contundente respuesta del público, el 7D es un reflejo oportuno para ver adónde estamos como escena. Para entender presente y futuro es fundamental comprender nuestro pasado y cómo funcionan los vínculos afectivos que nos forman, nos potencian y nos contienen.
Detrás de cada nombre propio, por cada proyecto logrado o frustrado, hay un camino en común que nos trajo hasta acá y nos sigue encontrando en la misma vereda.
El cierre del festival corrió por cuenta de Bubis Vayins, algo que sorprendió, puesto que se asumía que Daddy Rocks tuviera esa responsabilidad, por ser referentes indiscutidos de la escena under. Además, como dijo Nineo Zoom, en la reunión general de la semana anterior: “yo quiero terminar de tocar e irme a bailar con ustedes”.
Sin embargo, desde el seno de Daddy Rocks creyeron pertinente que la clausura del festival quedase en manos de Bubis Bayins. Tiene sentido: Fantasías violentas es el disco del año, capturando un zeitgeist de este tiempo perturbado y hastiado; la banda suena como nunca, con la solidez musical de siempre, además de firmeza escénica esperada que quedó demostrada en la presentación del álbum en Majo. Sin embargo, hay mucho en ese gesto: un pase de postas; un cambio de guardia; dos bandas hermanas reconociéndose a sí mismas.
Estamos iniciando un nuevo ciclo vital del circuito. Algo que es manifiesto para quien concurra, fecha por fecha, por el circuito independiente que abraza el orgullo de ser diferente y disidente.
El futuro llegó hace rato. Solo hay que saber prestarle suficiente atención, como para poder hilvanar señales.
¿Qué hay detrás del júbilo fluido que une a Bubis Vayins con Princesa Tetrabrik? ¿Cómo se  conectan dos productores como Nacho Molinos y Fermín Sagarduy? ¿Cuándo fue que Las Aventuras y el escritor Matías Vázquez se encontraron indagando en la poesía lírica?
¿Cuál es la pulsión que comparten Compressor con Muerte en Vivo? ¿Paya induce dosis de decadentismo repelente en sus letras sintonizando con Isadora de Feliz Oscuridad y Eva Trauma?
Hilvanar las historias que bailan en la Rosario subterránea es un deber infinito. Esperemos estar a la altura.

Nadie tiene demasiado en claro cómo seguirá lo que se activó con el 7D. Alcanza con saber que es posible generar encuentros colectivos que apuntalen un futuro afectivo, construido desde la diferencia generacional, pujando por un sentido de identidad propio, entramado aquí, sin replicar centralismos ajenos.
Esta apuesta de curaduría horizontal, afectiva y estética es un placer sincero, correspondido tanto por los artistas como por el público. No se trata de perseguir sold-outs ni postales rebalsadas de gente; se trata de sembrar un mañana disidente a lo establecido.
En el actual clima político y social, donde los espacios seguros están en retirada y las lógicas falocéntricas vuelven a instaurarse (a propósito de los nuevos-viejos valores de Dios, Patria y Familia), esto es algo que debemos apreciar y potenciar.
La tarea no es sencilla.
Estamos inundados de eventos que perpetúan plantillas ajenas, con la meta de conformarse a reciclar patrones oxidados.
“Seamos invasión”, propone Nineo Zoom frente al micrófono, casi sobre el final de la noche. Palabras que son tanto leitmotiv como trinchera.
Es tiempo de atreverse desde lo nuestro.

 

Texto por Lucas Canalda – Fotografías por Renzo Leonard

 

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