EL BAILE EXTRAÑO DE SEÑORITA MIEL

La banda llegó a Rosario para integrar una nueva edición del ciclo Electric Monkeys y presentar sus canciones pendulares.

Nada resulta tan gratificante como experimentar una banda en vivo por primera vez, descubriendo sus aciertos, yeites, pifies y facciones a partir de la experiencia de la ejecución. Esa instancia, iniciática e irrepetible, se extiende más allá de lo estrictamente musical: importan las formas, los gestos, la química y otras micro idiosincrasias que hacen único a cada grupo.
Con Señorita Miel hay bastante para escuchar y observar. La gesticulación mandibular de Iara Robledo cuando exprime las seis cuerdas y eleva el mástil de su guitarra; la mirada supervisora de Minerva Santini, atrás de los parches, atenta tanto al disfrute de sus compañeras como al del público; los matices graves de Delfina Canessa, con un cuello que se tensa mientras su voz alcanza tonos PJHarvísticos, mirando al vacío, concentrada, como perforando la sala.
Son ingredientes que hacen única la experiencia del vivo mientras la música envuelve todo. Estar físicamente presente e inmerso en un ambiente de concierto, compartir una experiencia con otros y el sentido de la ocasión, revalida nuestra elección de pertenecer a una escena, de caminarla, de buscar nuevas vibras, descubrir estribillos, cantar nuevos himnos.
Debe ser una especie de burla irónica y paradójica que una banda nacida en plena época de pandemia y aislamiento sea quien nos recuerde lo lindo e imprescindibles que son los recis en vivo.
La sonoridad de Señorita Miel se mueve, pendular, entre el rock alternativo de finales de 90 y principios de 2000, tonalidades oscuras que aparecen en ciertas canciones, y cierto gen madrileño ochentero. También pueden ser contagiosamente animadas, algo que en Casa Mona queda demostrado cuando el público arma un círculo amistoso a mitad de sala, empezando a saltar y empujarse, regalando un momento único, con la banda sonriendo.
«Encuentro violento» tiene potencia de hit: estructura de canción clásica con un estribillo seguro y pegadizo. En vivo, la canción gana potencia con la banda afirmando sus aciertos mientras que también permite que la gente se sume, cantando a la par. Sobre la canción, además, flota cierto espíritu de Virus, como si la figura de Federico Moura fuera responsable de la insinuación sensorial de la letra.
«Luna de nylon» tiene tres partes: introducción tenue; un posterior desarrollo que incluye spoken word y un lucimiento vocal provocador; luego un quiebre que oxigena, distendiendo hasta una soltura bailable.
Además suenan canciones como «Colmillos», «Ojos en llamas», «Destino», «No puedo» y «Dr. Jekyll» que se perfilan guitarreras con Canessa comandando. Si bien estática en su presencia, su voz conduce a la propuesta de un grupo que prioriza la canción, sin dejarse llevar por un género estricto.

Señorita Miel es una banda conformada a fines del año 2020 en temporada alta de COVID. El quinteto está compuesto por Delfina Canessa (voz y guitarra), Iara Robledo (guitarra), Julieta Rivada (bajo y voz), Guillermina Durañona (sintetizador y voz) y Minerva Santini (batería).
Las cinco músicas son oriundas de zona oeste del Gran Buenos Aires, provenientes de Luján, Mercedes y General Rodríguez. Llegaron a Rosario por primera vez para tocar en el ciclo Electric Monkeys, junto a Kill Flora y Mica del Pasado, en Casa Mona.
La visita a nuestra ciudad las encuentra con rodaje: el año pasado tuvieron casi cuarenta fechas. Son laburantes que empiezan a notar cambios. A los toques por el AMBA ahora se le suman escapadas fuera de su provincia. Están en Santa Fe. Ayer pasaron por Córdoba. La gira, no obstante, la encaran en formato de cuarteto dado que Durañona se queda maternando a la pequeña Alelí, de siete meses.
Viajan con ganas de tocar, de encontrar otro público, de conocer gente. Señorita Miel quiere probarse en la ruta. Dejar saber que son una banda de valía. Con todo, no se trata únicamente de trabajar. Entre ellas se ríen un montón, entre chistes cómplices, descansadas y situaciones extrañas, por ejemplo, fórmulas ajenas para preparar un Amargo Obrero impecable. “¿Boluda, primero iba la soda y luego el Amargo? ¿Cómo era el truco que te dijeron?”, se preguntan Canessa y Robledo, en el camarín, sentadas frente a la mesa de catering. Nadie puede recordar con precisión la fórmula que les habían pasado así que sale preparación clásica y sanseacabó.
La están pasando bien. Falta un rato para subirse al escenario. La temperatura acompaña, con un calorcito ideal para brindar y disfrutar el patio, mezclarse entre la gente del público. Detalle no menor: hay fans que le piden fotos.
Señorita Miel escapa a la obviedad mientras genera cosas.  Quizás mucho más de lo pueda intuirse a través de plataformas con el conteo de reproducciones, una obviedad plana y sin corazón alguno. Ellas, mientras tanto, laburan y piensan sus próximos movimientos.
Antes de que se encienda el grabador se ríen de experiencias en entrevistas previas. Con todo, eligen la espontaneidad, sin caretear nada.
“Para mí es muy loco lo que está pasando”, afirma Canessa. “Hoy lloré en la combi un poquito porque estaba muy feliz. O sea muy loco: lloré un poco de emoción en camino para acá”.
La voz de Delfina se torna más áspera mientras se sincera acerca de lo que lo sentía algunas horas antes: “una arranca con lo que le gusta, un poco simplemente por hacerlo, otro por necesidad de expresar lo que te pasa, y después, de repente, pasan un montón de cosas que te llevan a esto: a tocar acá o en Córdoba. Es muy loco y muy lindo”.
Señorita Miel está en un proceso de cambios. Luego de sentar las bases, trabajando con dedicación y curtiendose en vivo, empiezan a suceder cosas. El proyecto que iniciaron unas amigas hace años ahora demanda otro nivel de entrega. El compromiso toma otro espesor, siendo un desafío.
“A mí me parece que no me cuesta el compromiso. Tocar y tocar no es una carga. Obvio que, a veces, tiene su parte tediosa, con la burocracia y todas esas cosas, pero no me lleva a decir que es un sacrificio. Lo disfruto muchísimo”, considera la cantante y guitarrista.
“Creo que también por eso la banda funciona y camina. Porque, más allá de que todas laburamos, estudiamos, Guilla materna, tenemos cosas que también son parte de la prioridad de la vida y la banda es una de ellas, también. Todas tiramos para el mismo lado. Entonces permite que estas cosas sucedan y que también en eso podamos gozar el proceso”, señala Minerva.
“Obviamente, tal vez un día te levantás sin tantas ganas de salir a tocar, o te levantaste triste, o porque no sé, hice un montón de cosas y me falta ensayar, un ensayo de dos horas cuando termina el día. Pero es disfrute igual, porque hacemos lo que tanto amamos, y que tanto proyectamos y esperamos como músicas individuales”, recuerda la baterista.
Es Rivada quien sella la respuesta de Señorita Miel: “somos amigas, entonces se disfruta también ese compartir. Más allá de hacer música, es una juntada, nos cagamos de risa”.

Hay algo vieja escuela en Señorita Miel. En una época en que las bandas tienen más discos publicados que recitales encima, llegan a Rosario habiendo publicado apenas el sencillo Monedas y una sesión en vivo.
Con poco más de dos minutos de duración Monedas también es coreable, pequeño himno sobre frustración, plata que se escurre y necesidad de romper todo. El color, sin embargo, es optimista, una canción catártica para seguir adelante: una cantadita y a seguir.
Asimismo, se trata de una banda independiente al ciento por ciento, cada uno de sus pasos hacia adelante fue debido a sus propios esfuerzos. No tienen hype en la prensa especializada; tampoco forman parte de la pompa de influencers de turno; no son personalidades de las redes.
Señorita Miel parece una banda curtida, desarrollada y evolucionada sobre el escenario. Una identidad madurada entre ensayos y el calor del vivo. En ese sentido, cuando tocan en Electric Monkeys, no hay demasiadas palabras: tocan porque es la mejor carta de presentación. Su música habla por ellas.
Su gran forma en directo no quiere decir que la banda ya esté realizada: falta la pata en estudio, volcar todo lo aprendido, pero también seguir adquiriendo conocimientos en ese ámbito crucial.
El material se macera con paciencia. Es una meta. Otro level para destrabar. La continuidad pasa por ahí.
“Tenemos un disco en camino. Faltan grabar algunos detalles. Vamos encaminadas a eso y además a seguir tocando en vivo, conociendo lugares y disfrutarlo”, afirma Rivada.
“La expectativa es que cuando salga el disco se muevan otras fichas”, considera la bajista. “Creo que el disco te da otra apertura a más gente y demás. Y después, lo que queremos todos: tocar para mucha gente, que mucha gente cante las canciones, viajar, todo eso”.
Rivada se detiene un segundo, piensa, dejando saber que su respuesta no terminó: “Ah, y poder comprar instrumentos de calidad”. La risa es generalizada, pero se apaga al segundo. No es tanto un chiste como algo que parece vienen pensando desde hace tiempo en el seno del grupo. Minerva retoma el hilo confirmando: “eso respalda las canciones que hacemos. El sonido es importante. Nuestra carta de presentación sigue siendo el vivo”.
“Tener el disco emociona mucho. Poder escuchar el disco en casa y después llegar al show de otra forma. Creo que genera una cercanía”, concluye.

El surgimiento de Señorita Miel como banda coincide con la camada que devolvió el ruido a las cuevas de rock. Estéticamente, la banda no se anota de manera formal en ninguna de las tendencias que tanto apasionan a los medios masivos de Capital Federal. Tienen ciertas velocidades punk, sin declararse de lleno en ese género. La garganta de Delfina, si bien logra tonalidades darks, no tiene interés de encajar por esos lares. Las guitarras, eléctricas, rockeras, pueden hacerte sacudir, poguear, saltar y bailar, sin necesidad de taggearse a sí mismas.
Son parte de un capítulo de recambio en la escena que busca volver al sonido crudo, canalizando cierta urgencia detrás del gran trauma generacional: la pandemia. Volver al vivo, entregando al cuerpo al sudor, conectando físicamente con la música desde cierto aullido, es menester.
“Me encanta que vuelvan estas ganas de escuchar música en vivo y que no sea todo a través de la maldita tecnología”, señala Canessa, quien, moviendo las manos, deja saber que hay un sin embargo en camino: “A veces, siento que, bueno, tenemos que tratar de tocar lo más posible, porque un poco es esa la manera de este momento. Y eso, por ahí, no sé si me copa tanto. Termina siendo una exigencia ese tocar todo lo que se pueda. Porque a veces terminamos agarrando fechas que por ahí, viste…nada…creo que ahí es donde un disco te puede hacer una diferencia”.
“Creo que hay un hambre de volver a lo que se tenía y con más fuerza, todavía”, dice Minerva.
“Nosotras disfrutamos un montón de ir a ver bandas nosotras, también. Es parte de conectar con la movida”, indica la baterista.
“Es una experiencia completamente distinta a lo que es el disco. Esa parte de la sorpresa y de que no se puede premeditar. Suceden pifies, cosas inesperadas que terminan siendo un arreglo nuevo, cosas re zarpadas”.
Sobre el final, vaso en mano, Minerva observa que, “esa es la parte mágica. Tocar en vivo es lo que más disfruto. Salir a tocar, encontrarnos con lo humano, con el aspecto más crudo. Eso es rock. Ese factor más crudo, como dijiste vos, está ahí. Nos cuesta definirnos, pero somos una banda de rock”.

 

Texto de Lucas Canalda / Fotografía por Kiki Valentini

 

¿Querés más RAPTO? Chequeá nuestro encuentro con Nina Suárez

comentarios