SER UNA CON LA MÚSICA: EL CAMINO DE SOLCA

Una seguidilla de sencillos y un tendal de barras poderosas hicieron de Solca una de las revelaciones del 2022. Rapeando, escribiendo y produciendo sus propias canciones, convirtió su monoambiente en un centro neurálgico donde varios nuevos talentos del rap cocinan la data que está por venir.

Solca arma una y otra vez. Se concentra en una cosa mientras hace varias al mismo tiempo. No se trata de dispersión, tiene bien claro qué la ocupa o hacia dónde está enfocada. Arma un cigarrillo. Arma un beat. Fuma. Escribe. Rapea. Enciende el cigarrillo. Prende las barras. ¿Cómo? ¿Cuándo? Entre cigarrillo y cigarrillo. Entre tema y tema. Está inquieta. Es un momento especial: el despegue.  
Evitemos la resolución fácil: Solca no está prendida fuego porque falta para eso, pero es justo decir que viene embalada. Sencillos, feats, producción, videos, sesión en el ROOM41, disco con la crew de NAVAHOUSE y otres compinches. Todo mientras arma y fuma, moviéndose sigilosamente entre el calor su casa. De nuevo: no la hagamos fácil. Podríamos decir que una encendida Solca está yendo de la cama al living, pero no. Estamos en Rosario, promediando 2022 y la rapera vive en un monoambiente del centro de la ciudad. Apenas tiene una cama y el set up que hace de home studio. No tiene ni un sillón, dice. Se sienta sobre la cama. Desde el borde va tirando frente al micrófono o la cámara. Barras, acordes. Graba, prueba, juega. Agarra las cuatro cuerdas, también. Algo queda, mucho se descarta, siempre aprende. Está en la zona. Direccionada. Se mueve. Ojo, no la corre nadie. No tiene apuro alguno. Hace porque lo necesita. Esa última palabra, tan precisa, tan disparadora, vuelve a aparecer más adelante. Paciencia. 

Compositora y productora, también es ducha para una variedad de instrumentos que son herramientas-puente hacia su deseo. Parte de la seguridad en que se desenvuelven estos párrafos, al igual que la inercia de los últimos meses, se basan en esa clave: entender el deseo. Solca lo comprendió un par de años atrás. Desde entonces se mueve hacia un deseo que esconde siempre más de lo evidente. Por eso camina con decisión, va por ahí armando y multiplicándose.
Tan rapera como cantante, tan punk como edgy. Necesita ser una con la música. Lo dice y no cuesta demasiado imaginarla como creyente, avanzando con los ojos cerrados, repitiendo un mantra jedi: “La música es una y yo soy una con la música”. Anda en esa.
Mientras el año se evapora, Solca nos dejó un puñado de sencillos y las canciones del Volumen I de NAVAHOUSE. Nava porque dicen les pibis de su crew que ella es media navajera. House porque ella pone la central de operaciones, además de sacar músculos craneando, produciendo, mezclando. Alrededor suyo pasan cosas. Está donde quiere estar.
Junto a talentos de la escena ATR Sub 23 rosarina como Luno, F4K, Vicky Besito, Ciro, Kreo One, G-White, Carlix, Tano y Joako22, lograron un disco que pinta una ciudad urgente: musicalidad, supervivencia, bounce relajado con la mira en una realidad que pega fuerte. No se trata tanto de los trofeos como lograr llegar a fin de mes. Más que huir con el botín, mejor invertirlo en música, apostando a un futuro que no ofrece garantías de nada, excepto, tal vez, lograr barras que reverberen por generaciones.
¿Qué la hace diferente a Solca? Sus decisiones. En principio, las palabras de sus barras. Cada elección se siente precisa, dejando en claro que hace bandera de cada movimiento, algo que únicamente la juventud puede lograr. En ese sentido, Solca está en el momento justo, mostrando un filo particular. Ese que la hace elegir palabras y rimas, producir música para ella o para otres, lanzarse a armar una banda propia con la cual salir a mostrarse ante audiencias nuevas. Hay mucho que descubrir por encima de las plataformas donde cuelga su música. Está dispuesta a salir al ruedo, para probarse, para seguir creciendo.
Volvamos a las palabras. Solca decide dispararlas. Las anota de manera meticulosa o desde la espontaneidad. Un poco y un poco. Su discurso se compone de mitología; inconsciente en penumbras; sexo contrapuesto con deseo; redención; dogmas; alcanzar claridad ante la existencia. Entre esas balizas aparecen Sísifo, Sex Pistols, Freud, Guns and Roses, Homero y la Ilíada y mucho más. Mientras que también importa alcanzar el oro, Solca parece embarcada en una pelea por lograr cierta iluminación. ¿Rap consciente o simplemente rap? Quizás se trate simplemente de música; de una búsqueda poética que utiliza beats, barras, sampleos, bajo y mucho vértigo oral. En todo caso, Solca prefiere anclarse a una escena. Sabe que pertenece a una movida que está haciéndose su lugar. Habita el rap, claro, pero no se quiere quedar ahí. Sin pelos en la lengua, aclara: hacer siempre lo mismo sería la muerte.
Por cada barra que Solca escribe asoma una identidad que se compone de su formación desde la más temprana edad hasta su actualidad, rodeada de raperos y raperas; la fruición de la curiosidad combinada con la Internet y las enseñanzas que va tomando de la carrera de Sonido. ¿Algo más? Los libros que siguen llegando, las vivencias cotidianas, los conceptos que van apareciendo de manera azarosa mientras vive, día a día.
Detrás de cada palabra que anota hay una decisión que logra cohesión con el background de una piba criada entre estímulos culturales que auguraban una curiosidad artística. Padre músico, madre muralista. Entre ambos, una pluralidad estética que echo raíces, alimentándose de variados ecosistemas. 

Sol Cascardo tiene 21 años. Oriunda de Rojas, Buenos Aires, llegó para instalarse en los calorones rosarinos hace dos años, con el objetivo de estudiar psicología.
Rojas, con 10000 habitantes, la fue haciendo, al menos un poco. El resto corresponde a una crianza con padres laburantes de cabeza, corazón y espíritu inquieto. La tercera parte su educación sentimental llegaría entre libros, canciones familiares de aquí y de allá, para terminar en un estadio que sigue avanzando, ahora en Rosario. Entonces la data se mezcla, en un rastro que se pierde entre aprendizajes formales, ejercicios de autonomía -léase como meterse de lleno a hacer la suya, entregándose a la prueba y el error- independencia, laburo y aprender a darse con los demás.
El origen de la matrix, como dice ella, está en una dupla imbatible: Laura, madre artista plástica y muralista; Andrés, padre músico y productor. “Abogada no iba a salir, ni en pedo”, aclara, a la espera de pedirse un juego de naranja. Mientras cuenta, arma.
A los tres meses del nacimiento de Sol sus padres decidieron separarse. Desde entonces la niña fue yendo de casa a casa. Así las influencias se multiplicaron, estallando en dos hogares cargados de información y expresión. En casa de su padre, siempre había un ensayo de la banda de turno. Solca ubica a papá Andrés en un lugar entre rock clásico y el rock argentino, desde Jimi Hendrix al rock barrial rayano a la canción. Como complemento de los ensayos, pronto estarían los shows en bares. Sol apunta esas movidas como sus inicios en la música. “Son los inicios inicios”, remarcado el origen del viaje. Cuando le tocaba cambiar de casa, la historia agregaba más matices. Llegaba a lo de mama Laura y la encontraba pintando un mural. “Ah, OK, remetida en una, colgada y haciendo cosas relindas. De esa forma siempre re andaba en una. Salí así”, comenta.
Papá Andrés siempre sugería que se acerque a la guitarra. La criolla estaba ahí, parte del paisaje hogareño cotidiano. Sol no le daba mucha bola, ni al padre ni a la guitarra. Sin embargo, su viejo le mostró los acordes básicos, dejando que ella decida usarlos cuando lo considerase apropiado. De esa forma, Sol agarró las primeras nociones. El comienzo formal de su camino musical llegaría cuando a los doce años empezó a asistir a un conservatorio musical. La cosa se puso seria. O no tanto. La formación en el conservatorio duraba tres años. Sol hizo dos y se largó por su cuenta. Tenía catorce años, ya casi quince. Estaba remontando una ola que se tenía que sentir más propia. “Fue el origen de un apocalipsis personal de música y cosas”, indica, cigarrillo en alto. “No sabía más que hacer cosas manejando esos tres o cuatro acordes. Agarraba algo y escribía”. Igual, ya no estaba tan sola. El conservatorio había dejado unas cuantas enseñanzas.
Aun apuntando las lecciones de su padre o el paso por el conservatorio, se piensa como autodidacta, entendiendo que su velocidad o curiosidad estaba yéndose por la tangente, buscando alguna cosa.
La nativa de Rojas recuerda un momento fundante: su viejo llegó y le mostró la primera parte de una canción en progreso. Tenía cuatro acordes, un estribillo y la estrofa. “Esta canción es para vos. Te la regalo con la condición de que vos termines la segunda estrofa”. Además de aceptar el amor, la adolescente Sol dio un paso adelante. Challenge accepted. Terminó la canción que sería la primera de su vida. “Las conexiones neuronales estallaron. Ya tenía una canción”. Ese momento fue un quiebre. Los primeros acordes de la criolla le marcaron las pautas mientras que el aprendizaje del conservatorio le hizo tomar las riendas de ese camino. Todavía faltaba para que la ficha le cayera, pero ya estaba encaminada en una trayectoria personal lejos de casi todo: Rojas, ambos hogares familiares, el conservatorio, la guitarra, el barrio.
Mirando atrás, el conservatorio le dejó una lección fundamental: la disciplina en la música. Por un lado, entendió cuánto necesita dar. Por otro, lo fundamental de saber romper con eso, encontrando un espacio propio donde poder desarrollarse de acuerdo a las necesidades de su velocidad personal. En esa combustión que enlaza tanto compromiso como confusión y contradicción, Solca halló una química interior que la hace marchar.


Durante todo 2022 Solca estuvo ocupada. Desde el año pasado piensa, produce, activa, dispara. Entre tanto, su accionar fundamentalmente se concentra en encontrar un work flow correcto.
Solca pasas sus días enterrada en la música. Cuando no está escribiendo, está con el bajo, estudiando líneas. Luego se pone a cantar. Si no puede resolver una letra se pone a leer. Hay tardes que se dedica íntegramente al sample hunting, con la oreja bien atenta. La producción no cesa, sea de forma consciente o no. Algo es seguro: siempre anda en una.
En ese activar constante, se destacan un trimestre intenso con los cyphers, un crash course sin redes de seguridad del que salió mejorada. Fueron tres meses continuados, donde cada domingo debía entregarse con todo, resolviendo de forma concreta. Tenía que volar y resolver en el mismo día. Ese ritmo implacable le sirvió para lograr una velocidad crucero que permitió gestar sencillos, videos y feats. “Tenía que liquidar cosas rápido. No queda otra. A veces está bueno, otras no. Aprendí, sobre todo, que más allá de mis tiempos veloces, cada canción o cada parte exige sus procesos. Este año entendí eso. En mi cabeza puedo ir a mil, pero el afuera me demanda otros procesos. La manía propia queda a un lado cuando un tema te exige otra cosa”.  

Los últimos dos años fueron trascendentales para Solca. Hoy nos referimos a una Sol música y productora gracias a los procesos vitales que la trajeron hasta acá.
Mientras que cada uno de los cypher que hizo en los últimos doce meses cuentan como ejercicios puntuales que le enseñaron lucidez mental y lengua de fuego, el basamento de todo estaba bien afirmado desde tiempo atrás. Todo afloró en una exigencia febril, a instancias de la velocidad del vivo arreciando con la adrenalina bombeando, con la gente freestylera aullando alrededor, manos arriba, demandando estirpe de campeona y resistencia de luchadora. Si cada esbozo que lanzó Solca en el último año se tradujo en construcción se debe a que había una cabeza fértil bien nutrida por curiosidad, conocimiento, educación y destreza.
Uso muchas palabras. Hay un bagaje de cosas dándome vueltas en la cabeza”, declara, moviendo las manos y señalando su sien. “Tengo cosas rondando. Me encanta plasmar imágenes. Yo leí mucho. Antes era un hábito. Ahora lo mantengo como una imposición. Me morfaba libros enteros”, comparte.
Creciendo entre casas, había libros por doquier. Su padre, además de la música, cargaba con una carrera casi completa en Filosofía. El conteo de libros robados de su biblioteca sigue abierto hasta la actualidad.
Entre páginas, Sol siempre tuvo una fascinación por los conceptos. También por lo abstracto, por aquellos escritos que le hacían levantar la vista de las páginas. Con tanto en la cabeza el desafío llegó cuando empezó a hacer rap. ¿De qué manera articulaba lo que pasaba por su mente y sentía en el pecho en ese nuevo lenguaje que había adoptado? Tenía que probarlo. ¿Su fascinación por lo abstracto tenía cabida en algo tan terrenal como el rap? El desafío estaba planteado. Economía de palabras. Definir un concepto. Sacarle filo. Encontrarle el filo. Solca se puso. ¿Lo logró? Ella cree que está bien rumbeada. En ese sentido, no da nada por seguro. Está laburando día a día para lograrlo. “El rap es terrenal. Necesito resolver. Una buena barra, como mucho, son seis palabras. ¿Cómo condensás un concepto interesante en seis palabras sin caer en lo banal? Fue la pregunta más grande que enfrenté este año. Fue un desafío. Quería que la gente me entendiera sin dejar de ser yo”, declara, libre de tapujos.
Solca observa diversos recursos y formas literarias para trazarse un interrogante. ¿Qué usa? ¿Cómo se planta? ¿Cuán concreta tiene que ser? ¿Cuánto vuelo puede permitirse? Su desafío como artista es lograr que tu mente se de vuelta, logrando que tu pecho evoque y sienta, evitando ser concreta. Necesita hacerte sentir sin caer en la literalidad. Está buscando perfeccionarse, quiere evolucionar, quizás encontrar la barra perfecta. ¿Será posible? La respuesta está pendiente. 

Sol llegó a Rosario con 17 años. Cumplió los 18 ya instalada en la ciudad. La idea inicial era estudiar Psicología en la UNR. Eso sucedió por un año y medio, luego hubo un encontronazo: estudiando para un final de Lingüística tuvo la certeza que estaba desperdiciando el tiempo. Las horas que pasaba frente a los apuntes no volvían. Estaba perdiendo horas precisas. Supuestamente estaba estudiando porque le gustaba. Se suponía que era una carrera para ejercer el día de mañana, para hacerse de un futuro. Sin embargo, en su cabeza había una idea fija sobre ese futuro: grabar.
Sol sintió que tenía que escaparse. Necesitaba huir a otro lado. No era la primera vez que sentía algo semejante. Durante su adolescencia lo sintió en repetidas oportunidades. Todo se presentaba como una cárcel mayor. Quizás asfixiada, encontró la manera de salir adelante, a su forma.
La necesidad fue urgencia. Dejó la carrera tras un proceso largo. La decisión trajo consecuencias. Hubo choques. Ella los enfrentó a cara de perro. Estaba acá por una razón.
Las cosas se fueron dando paso a paso. Solca cree en conquistar. De a poco va ganado espacio, conquistando una tierra que no es suya. Detrás de cada movimiento hay algo de eso. El objetivo en sí es vivir en la música. Escribir, grabar, tocar, producir. Después vienen las metas. Pero primero lo esencial: tener algo de paz consigo misma, entendiendo qué es lo fundamental. “Si yo no hago esto, no estaría siendo”, afirma.
En la actualidad estudia Sonido en la escuela de música. Los años de Psicología, no obstante, no se perdieron puesto que siguen habitando su mente. Llegado el momento de definir una barra, tanto Ferdinand de Saussure como Johnny Rotten pueden estar presentes.
Las metas de pegar un millón de reproducciones me dan mucha paja”, sentencia, luego de prender otra vez su armado. Solca no la cancherea ni reniega de su tiempo. Ante todo, aclara que pertenece a una generación donde ese imperativo pesa fuerte. No se sienta tan especial como creerse afuera de eso. Entiende que pegarla y llegar es parte del imaginario colectivo de su generación. “Igual, hay rostros raros que buscan otra cosa. Yo me siento parte de eso. Mis metas están comprendidas por detalles. Hace cinco meses atrás estaba jammeando, tirando barras para construir, ahora se viene una fecha con mi banda en D7, conformada por amigos que re tocan. La meta es ser con la música”.  

De guardia 24×7, Solca está siempre con las antenas encendidas. De hecho, podría decirse que anda de caza, escuchando todo alrededor. Intranquila, el home studio está siempre a un paso de distancia, literalmente.
Estando atenta, Solca encuentra una joya y se la apropia. Apreciando los conceptos, el azar depara sorpresas. Puede ser una base algo densa, algo circa la era de nü metal. O puede que sea la década del 50, como sucedió con Los Plateros. Agarra, tuerce, ralentiza, amalgama, trabaja.
Tanta entrega, por supuesto, elabora un mundo propio que, a veces, genera fricción con el afuera. Hija única, la manija tiene agujas propias que no esperan por nadie. Eso es saludable, casi siempre. El mundo real, por supuesto, depara otra realidad. Allí Solca tiene que emparejarse con el ritmo de los demás. La tarea puede llegar a complicarse. “Aprendí a encontrarme y a disfrutar de esa soledad. Parece una exageración, pero no: te encontrás a vos misma así. Te encontrás con tu imaginación, jugando sola. No tenés hermanos ni para jugar ni para pelearte. Siempre tuve esa cosa de estar muy adentro de mi cabeza”.
Manteniendo un ritmo propio, Solca salió adelante en muchas oportunidades. Con tanto, las aventuras compartidas tienen otro vértigo. Eso hace imprescindible el afuera. Cuando Solca se aburrió de estar conversando consigo misma, sosteniendo un monólogo, entendió que los matices externos la hacían creer. Además de potenciarla, todo era más divertido. Allí comprendió que otro esfuerzo era lograr una sincronía saludable con los demás.
Al trabajar en conjunto con la comunidad encontró una satisfacción especial. Supo que seguía creciendo artísticamente mientras estrechaba vínculos. Como si fuera poco, el aprendizaje también pasaba por lo interno: entendió que era alguien dada para el esfuerzo colectivo, para ser una más sin relegar su identidad ni impronta.
En la comunidad encontró un fruto esperanzador. Podía darse a los demás. Ahora lo sabe y eso le encanta. Mandada siempre, puede confiar en construir algo con su crew. Es comunidad, es amistad. ¿Será una hermandad jamás pensada? “Empecé a delegar. Hubo una confianza en el otro”, admite. Solca habla de salto de fe. Se ríe apenas toma consciencia de lo que acaba de decir, sin embargo, no reniega de sus palabras. “Está bueno eso. Yo siento que soy pesada en ese sentido. Crecí mucho en el encuentro con el otro”.
La manija 24×7 evolucionó en algo más. Ya no estaba sola. Allí donde dormía, comía, grababa y lloraba, ahora había una comunidad que construía algo. El monoambiente se convirtió en un centro operaciones para un mundo diferente; una apuesta conjunta al futuro. Eso es NAVAHOUSE.
Hacer canciones le sigue enseñando a crecer, a vivir la vida. Ese futuro en la música es posible. Ese futuro le es cercano. De alguna manera, ya está encontrando lo que vino a buscar. Solca ya está ejerciendo su futuro.  

 

Texto de Lucas Canalda / Fotografía de Renzo Leonard 

 

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