En una fecha titulada como Operación Boogie, Suave Lomito y Vinocio se presentaron en el Galpón de la Música, logrando una postal de confluencia estética que vaticina el comienzo de un nuevo ciclo vital tras el periodo pandémico. Notas desde una noche carmesí donde el jazz afloró de formas variadas.
Escribo esto mientras hago equilibrio. Tengo el anotador apoyado sobre la baranda de contención que, como es habitual, está ubicada frente al escenario del Galpón 11. El grosor de esa baranda tendrá unos diez centímetros, los suficientes para que apoye mi anotador compacto mientras escribo lo que está sucediendo a mi alrededor. Ante mis ojos tengo a seis forajidos de atuendo desparejo. Están tocando. No, no están tocando. Mejor dicho, se están tocando todo. Es Vinocio. Banda de aquí y de allá. Son de Buenos Aires aunque lucen fachas de polizontes. Algunos están sentados, otros parados. Ni siquiera se miran. Tampoco prestan atención al público. Uno tiene cara de cansado. Encima parece que está flechado, como que se durmió al sol. Otro curte outfit de bucanero indie que podría calificar en el casting de una película de Wes Anderson. No se miran, ni se hablan entre ellos. Tienen temas nuevos, dicen, pero todavía no fueron titulados, o sea que es un estreno raro. Pero cuando lo hacen, el tema sienta bien. Mientras que de frente tengo a Vinocio, atrás mío, tengo unas 250 personas, casi. Puede que sean más, unas 280. Mirar hacia atrás es ver mucha gente. Lo mismo hacia el costado. En todo caso, no necesito un conteo preciso ahora mismo porque estoy ocupado en otra cosa. Estoy escribiendo, sí, pero también estoy siendo parte de la experiencia: con dotes de virtuosismo discreto -entiéndase como que la rompen, pero no hacen alarde onanista de lo bien que tocan- Vinocio está haciendo viajar a todo el público presente. Fusionando jazz, soul, R&B y funk arremeten con una entrega que casi no se detiene porque están fluyendo sin pausa. No se trata tanto de una banda como de una pequeña orquesta que está cumpliendo con su misión de poner a la concurrencia a girar alrededor de una música fuertemente idiosincrática: acá el arrabal se conforma de acuerdo a lecciones varias de sonoridades afroamericanas y algo medio cubano. Son algo progresivos quizás mirando hacia la década del setenta; pero también tienen un resabio algo apático, ya más tirando a unos noventa en clave centenniall, algo de ese meme de “no estoy triste, nací en los noventa”. En todo caso, siguen sin comunicarse con el público. Entre los seis no hay ningún MC declarado, tampoco ninguno que tome la posta del micrófono, al menos por un segundo. Están más interesados en tocar y el público también lo prefiere así, por eso está agradecido. Apenas tiene la oportunidad, la gente rompe en gratitud alentando con unos tribuneros “Vinociooo, Vinocioooo”. Es que están todos metidos en ese flow, disfrutando una calidad musical que se aprecia. En el público hay mucha gente que hace música. Personas muy jóvenes, pero también quienes tienen varias vueltas encima. Entre ellos Jorge Negro Ojeda, mítico operador de sonido, recién llegado de Europa luego de una gira con Las Pelotas. ¿Acaso está operando? Nada que ver. Lo trajo su hija. “Che, está rebueno esto”, comenta, dejando saber el buen tino de su hija adolescente.
Haciendo equilibrio, entre papel y birome, anoto la palabra armonía. Luego la subrayo. Es que Vinocio mete una armonía que evoluciona inmediatamente en algo más. Los vientos se alternan. Pueden aventurarse en una dirección, solo para que el organista y el guitarrista siga su ejemplo, remodelando la naturaleza de la canción por completo. Abrazan una tangente que nunca termina de escaparse definitivamente porque entienden de forma. Casi roza los límites de una ciclotimia armónica. ¿Existe algo así? No necesito una respuesta. Por lo pronto, mi siguiente anotación es: JAZZ.
Vinocio tiene tres trabajos publicados: Descarte, Café Tortoni y Me estás haciendo mal. Se trata de grabaciones que privilegian el sonido casero -especialmente los dos primeros trabajos-en contraposición a la tecnocracia que busca HQ extremo en todo ámbito. Mientras que para muchos oídos exigentes eso puede significar una limitación, las grabaciones tienen una cualidad que trasciende. Las canciones del grupo tienen identidad, mientras que se permiten un flujo libre sin atarse a referencias pasadas ni anclarse en un deber ser de contemporaneidad. Reaccionar ante el HQ es un gesto que nos deja saber eso. La otra pista de reacción ante la manada es que, mientras podrían hacerse carne en las oleadas de neo soul, prefieren moverse con soltura, procurando una aproximación desde la sensación propia, evitando hacer alarde de una data más cerebral. Eso parece que se lo guardan para el vivo, pero, aun así, mientras brillan, su actitud permanece sencilla. Lo están dando con maestría, enfocados en ser músicos, más que en hacer un espectáculo.
El flow jazzero que arrecia desde arriba del escenario envuelve a todo el Galpón. Mientras tengo a la banda enfrente mío, sigo haciendo equilibrio, anotando. Detrás mío, gente completamente inmersa en el viaje. Entienden que ese disfrute tan esperado, en esta segunda visita de Vinocio a Rosario, no necesita de pirotecnia, más bien se trata de todo lo contrario: de meterse en el viaje de manera sensorial, dejándose envolver por las notas que bajan, mientras todo el ambiente se torna carmesí. Hay un éxtasis flotando en el aire del Galpón. Se trata de una sensación compartida, algo casi unánime. Sobre las curvas finales de Vinocio, la flotación es generalizada. ¿Alguien no estará flotando? Sun Ra dijo que el espacio es el lugar para luego confirmar que el espacio no es solamente el subidón, la flotación, el allá arriba, sino que también es el abajo, la profundidad, un pozo ciego. Vinocio le termina dando la razón al viejo Ra: acá todo es ESPACIO.
Garabateo en la oscuridad, a un costado del escenario. Entre telones no se ve nada. Vistiendo como marineros de principios del siglo pasado, Welti y Franni están tratando de sostener un barco de cartón ciento por ciento Hazlo Tú Mismo, para subir y arrancar el show. El Tano Rosignoli, tercer marinero, se ríe, pero le deja la tarea a sus compañeros que son muchos más altos y tienen extremidades más largas. Quien termina de asistir a la noble empresa es Aixa Richards, productora y gestora cultural que está dirigiendo la noche. Los tres músicos se alinean detrás del barco y van subiendo los escalones, para aparecer en el escenario, frente al público. Mi garabato, casi ilegible, dice MARINER RUSOS POTEN lo que se traduce como “marineros rusos del Potemkin”.
Mientras veo al trío tomar el escenario oculto detrás del barco, asomando paulatinamente, uno por uno, me pregunto algo: ¿cómo van a hacer para salir a tocar luego de los tremendos mostris de Vinocio? Para Suave Lomito la respuesta parece fácil: parten desde otro plano. Atacando – ¿o atracando? – desde lo oblicuo del nonsense criollo proponen un reseteo que desarticula el espacio del Galpón. De esa forma, si antes todo flotaba, ahora Suave Lomito convoca la atención desde el acto de la curiosidad, algo bien terrenal. La pregunta que me hago yo, se la hicieron ellos semanas antes. Saben desde dónde arrancan. Saben desde dónde atrapan. Cuando Bruno Rita se incorpora al escenario, completando la formación, la banda no se detiene hasta lograr una entrega musical sostenida. El cuarteto demuestra que el proyecto nacido en diciembre de 2018 ya rebasó el estadio de promesa para madurar en un ahora rotundo.
Anotando la palabra AHORA entiendo algo: ya podemos referirnos a la segunda generación de bandas MUG como responsables de sucesos donde hacen las veces de protagonistas como de gestores. Operación Boogie es eso. Está sucediendo en este preciso instante. Suave Lomito es renovación, aunque, más importante, está posibilitando otro círculo, convocando a un público joven que apenas supera los 20. Mientras el periodo marcado por la pandemia se va esfumando, está comenzando un nuevo círculo vital. Teniendo sentido del presente mientras se piensa en el futuro, puede que en dos años estemos señalando la fecha de Operación Boogie como una noche de confluencia de públicos. Alrededor mío veo gente de varios palos. Las edades van desde adolescentes de 15 hasta señores de +50. Hay integrantes de Groovin Bohemia, Mona Bondage, Amelia, Bifes con Ensalada, Jimmy Club, Otros Colores y Cinturón de Bonadeo, en otras bandas. Se trata de algo más que una confluencia estética desde la propuesta sonora de Vinocio + Suave Lomito: hay una confluencia de gente.
Una mirada posible sobre la confluencia recitalera: el aspecto comunal de la escena groovera (que por supuesto es mucho más que una sonoridad puntual) es fundamental para seguir expandiendo sus raíces. Al mismo tiempo, creo que ni el crecimiento musical ni el entendimiento autogestivo serían posibles sin lo fundamental del encuentro, se trata de un aspecto fundamental para completar la escena. Hay que seguir encontrándose. Hay que saber hacerlo. Hace falta compartir e intercambiar ideas. Dicho eso: shhh que están tocando.
Suave Lomito es una rara avis en el ecosistema musical rosarino. Son difíciles de catalogar respecto a sus pares del MUGiverso, al mismo tiempo que no alinean de forma rigurosa en otras micro escenas. En vivo, además, todo toma otra dimensión. Con los directos de Suave Lomito la experiencia se eleva, agitando la mixtura musical, un sentido del humor entre absurdo y nonsense, además adrenalina y sorpresas. Sobre esa propuesta expansiva, la convocatoria del grupo es tan colorida como abierta. La banda les habla a las generaciones que profundizaron su romance con las mareas cremosas del neo soul al igual que los oídos avezados que flashean con Hiatus Kaiyote. Por otro lado, con lo impredecible de sus quiebres, Suave Lomito es un imán que acerca a rockeros curiosos que entienden que algo pasa. Definitivamente algo está pasando alrededor del grupo. Por eso también dicen presentes unos cuantos jazzeros que pintan canas. Mirar alrededor del Galpón es comprobar que hay una ampliación de la audiencia, un laburo logrado por constancia en toques, sobresalir en festivales y una diversificación de la propuesta en cápsulas varias como los videoclips, la sesión de BRODA, entre otras.
¿De qué hablamos cuando nos referimos a Suave Lomito? Intento pensarlos como un grupo de naturaleza orgánica, siempre cambiante, nunca predecibles. Están orientados al ritmo del funk mientras se permiten cambios en los arreglos de las canciones, en estructura, tiempo, compás, metiendo improvisación (¿o está todo estipulado?). Saben combinar elementos del rock, pop y jazz para volverse -a su modo- progresivos. También tienen una impronta de hip hop. De ahí viene una actitud de asalto, aunque despojada de la territorialidad propia de la testosterona. ¿Es funk progresivo? Podría ser, aunque tal vez una etiqueta tan pretenciosa les caiga mal. Ponele que sí, puede que vaya por ahí. En todo caso, tienen algo para todo el mundo, sin caer en demagogias. Pueden ser bisnietos bastardos de Les Claypool, bien divertidos y delirantes, mientras pelan data. Volviendo al tema de progresivos o no progresivos: en términos de crecimiento, evolución, novedad e incorporación de otros estilos, sí, Suave Lomito es prog. ¿Nos quedamos con esa etiqueta? Por supuesto que no. Sería confinarlos.
El antecedente previo de Suave Lomito en el Galpón 11 fue el explosivo show de media hora en el marco del FestiMUG 2. Fueron 30 minutos estallados con energía rebosante, desfile de invitados y sorpresas coreográficas. Fieles a su tradición de nunca repetirse, para Operación Boogie, el cuarteto desdibuja aquella ocasión entregando otra faceta. Acá se propone sutileza y musicalidad en dosis justas. Claro que escribo estas líneas minutos después que la banda subió al escenario navegando un barco de cartón, pero el siempre bienvenido desparpajo que caracteriza al grupo nunca resta otra de sus cualidades: son músicos de cuidado con un plan. Desconociendo por completo su hoja de ruta, asumo que quieren crecer como músicos. De hecho, tienen un timing diferente al paradigma reinante: saben tomarse su tiempo para elaborar cada novedad. Cuando rompen el silencio, tienen algo entre manos.
Hubo algo reconfortante esta noche de sábado: se trató de un encuentro donde la música fue protagonista absoluta. La música fue tanto medio como espacio. Todo quedó en manos del hacer música de dos grupos. Operación Boogie fue una apuesta con el suficiente desempeño musical para conquistar al público presente y generar un runrún que quede reverberando entre la gente bien pasada la fecha. Se trata de un logro valioso para la era del eventismo y las cifras (de likes, de reproducciones, de visiones, de followers, etc). Una tesis aparece como resabio inmediato del sábado que se va terminando: dejemos que hable la música. A veces eso es suficiente.
Al final, Operación Boogie puede funcionar como la definición del tiempo que habitamos: una escena de creación conversacional donde factores, elementos y personas se van retroalimentando. Habitamos una escena comunal que sigue apostando a crecer en conjunto, logrando una musicalidad que abraza al público presente porque hay un involucramiento de por medio. Allí, entre esas casi trescientas almas alguien ya está planeando una próxima respuesta, juntando manija para dar su aporte de forma abierta, esperando que, llegado el turno, alguien más tome la posta y siga ampliando la conversación. Se trata, claro, de un diálogo donde huelgan las palabras, contemplando corazón, mente y expresividad artística. En ese sentido, hasta estas mismas palabras pueden estar de sobra. Allí me pregunto a mí mismo: ¿qué tan fundamental es plasmar en palabras lo ocurrido el sábado? Miles Davis decía que siempre había que mirar para delante y nunca para atrás. Pero Miles estaba ocupado visionando el futuro, yo soy un mero periodista: escribo lo que pasó el sábado porque ese adelante -que ya se viene- está construido por quienes saben mirarlo y visionarlo. Al final, estas líneas tratan, simplemente, de dejar constancia de las personas responsables de ese adelante.
¿La meta de Operación Boogie fue lograr una postal? ¿Acaso eso realmente fue pensado y decidido de manera consciente? No nos consta. Tampoco es necesaria una respuesta. Lo fundamental es que la apuesta resultó en una noche donde la comunión fue real y en la medida justa. El disfrute estuvo presente, logrando un goce colectivo orgánico, sin estridencias ni redundancias. En pocas palabras, fue un placer.
Texto de Lucas Canalda / Fotografía de Renzo Leonard