Festival Deforme celebró su primera edición con una apuesta por la singularidad y la construcción federal. El escenario de La Tangente recibió a artistas de cuatro ciudades argentinas que eludieron los formatos privilegiados por la hegemonía de plataformas, compartiendo su música ante un público heterogéneo. Un repaso no lineal sobre un ciclo diferente que escribió su primer capítulo.
Escribir sobre un festival nuevo representa un desafío. Hay que estar a la altura de las circunstancias, registrando lo acontecido con los pies en la tierra, pero también permitiéndose apostar a un mañana. Para comenzar es menester escribir una oración verdadera. Escribir la frase más verdadera que sientas acerca del suceso en cuestión. Aquí vamos: algo nuevo está surgiendo. Pensarlo como esperanzador es justo, además de necesario en estos meses de incertidumbre política. Por encima de los nubarrones asoma un brillo alentador.
Sobre finales de 2023 el Festival Deforme nace para proponer nuevos canales de construcción, restableciendo vínculos que quedaron olvidados en los últimos años, cuando la atención estuvo dirigida hacia otro lado, por razones de emergencia. Se trata de otras formas de inventar nuestro destino, movilizando la conciencia y la acción de la comunidad en una apuesta al mañana.
Antes de seguir: ¿qué es el Festival Deforme? Las definiciones tienen dos caras: pueden aclarar significados, pero también pueden restringirlos, por lo que es importante andarse con cuidado. Fieles al espíritu de un festival que elude definiciones, evitaremos la linealidad, aunque haremos un esfuerzo en atinarle a los qué, cómo, quién, cuándo y por qué del periodismo.
La primera edición del Festival Deforme se realizó el domingo 17 de septiembre en La Tangente, con la música en vivo de Tomates Asesinos (Córdoba), Agustina Bécares (Mendoza), El Club del Gamelán (CABA) y Paula Rosas (Las Heras). El lineup se basó en una curaduría por parte de la organización y una convocatoria de trascendencia federal enfocada en proyectos integrados por mujeres cisgénero, transgénero, no binaries y miembros del colectivo LGTBIQ+, elegida por un jurado compuesto por Paula Maffía, Victoria Ferreira (programadora de La Tangente) y Sebastián Ayala (director del sello discográfico Anomalía Ediciones).
Hay una decisión idiosincrática en nombrar Deforme a un festival. Pocos países de habla hispana conocen tantas acepciones de deforme como el nuestro. La argentinidad, haciendo gala de su maravillosa oralidad, supo reformular-resignificar-reclamar hasta la -in-perfección al concepto de deforme. Algo de eso se vuelve irresistible como gancho para un festival que alienta la singularidad.
Deforme. Deformidad. Deformable. Defor. Estirable como chicle jirafa, el concepto de deformidad abarca tanto a John Cage como al desarmadero logístico-elemental que fueron los primeros años de Post-Punk; además trazando líneas alteradas desde Sumo hasta Juana Molina; inspirando con desiguales resultados a Peces Raros y Gladyson Panther. Lo imposible es realizable desde la deformidad. Lo extraño es bienvenido en la pradera deforme. Con ese estimulante espectro en mente, Julia Capoduro y Sabrina Brunetti López, organizadoras del evento, señalaron que la curaduría consistió en “proyectos que exploran diferentes géneros tomando prestadas expresiones de lo más hegemónico y de lo más marginal. Miradas propias con un alto standard de calidad y que comparten el espíritu de búsqueda de lo singular, lejos de las fórmulas”.
Si las propuestas del 2023 sientan precedente de lo que habrá de venir, podría afirmarse que el ciclo se dedica a explorar los límites de las expectativas en ausencia de cualquier tipo de linealidad, composición formal o narrativa tradicional. Cada participante disfruta de una ambigüedad valiosa. Nada es lo que parece sobre el escenario del Festival Deforme. De hecho, la dinámica estática de escenario-espectadorxs se desdibujó en varios momentos de la noche. Pero no nos adelantemos.
Huelga decir que los géneros se quedaron en la puerta de La Tangente para esta primera edición del Deforme. A los artistas aquí representados no les interesa inscribirse bajo una etiqueta restrictiva. Durante la velada se percibe cierta idea: aquí mandan la curiosidad y el deseo. No hace falta tener en claro esos dos factores. En todo caso, el propio ejercicio artístico ayuda a entenderlos de mejor manera.
Los cuatro proyectos parecen estar interesados en lo mismo: rebasar los límites de lo que el mercado considera música, generando pieles diferentes para la canción (Bécares), construyendo un vértigo pistero desde los sentidos (Tomates), retratando la belleza efímera mediante armonías (Rosas), haciendo de la curiosidad una oportunidad lúdica -y antropológica- que ponga el cuerpo en acción (El Club).
Dos voces relacionadas al Deforme comentaron algo particular en distintas ocasiones. La primera es Maffia, quien mencionó la virtud antialgorítmica de la paleta estética del festi. Por otro lado, Agustina Bécares, ya sobre el escenario, agradeció “la apuesta por bandas que no conoce nadie”, riendo, con complicidad. En partes desiguales -por algo es deforme- el festival tiene algo de reacción y de respuesta a ese afuera domado por algoritmos, donde reina la seguridad de lo probado, destacando unicamente lo pasteurizado.
La misión definitiva del Festival Deforme parece ser elevar interrogantes. Lo hace de la mejor manera posible: proponiendo desde el disfrute. ¿Qué escuchamos? ¿Por qué? ¿Cuándo salimos de nuestro patrón de seguridad? ¿Cuántos de nuestros consumos culturales están realmente elegidos por nos? La diversión pasa por encontrar respuestas. No son únicas. No están cerradas. Tampoco escritas en piedra. Son fluctuantes, al igual que las armonías que toca Rosas desde su piano, o las sensaciones ambiguas que producen las canciones de Bécares.
Festival Deforme propuso, al menos por un rato, una alternativa a la hegemonía de plataformas que asfixia allá afuera. En la era de hiperconectividad, ese afuera se percibe cada vez más pequeño, incluso rozando lo claustrofóbico, debido al constante bombardeo sensorial que padecemos. De manera sutil, se generó un halo de claridad para mirar más allá de esa sobredosis de información. Alguna vez Miles Davis supo decir “No toques lo que está acá: tocá lo que no está”. Festival Deforme parece haber accionado esa arenga verbal del mítico trompetista.
Aquellas preguntas reverberan en La Tangente, a medida que la música se desenvuelve, artista tras artista. Un rato antes, la noche supo comenzar de manera puntual, como corresponde a un domingo.
La sala se va llenando con discreción. Abrigos bajo el brazo porque el invierno resiste. Curiosidad en la mirada. Bebidas para entrar en calor. ¿De qué va todo esto?
Transcurridos apenas unos minutos de las 19hs, entre la asistencia se reconoce un considerable porcentaje de personas dedicadas a la cultura: músicxs, gestorxs culturales, productorxs, diseñadorxs, talleristas, managers, prensas y periodistas.
Tanto en el escenario como en la trastienda se reconoce un arsenal del bien esperando la acción: armonio, piano eléctrico, sintetizadores, guitarras, pedales de efectos (tantos, tantísimos), bajos, baterías, voces, samplers y gongs, además de instrumentos de percusión customizados en clave DIY.
El camarín de La Tangente está colmado. Su forma de pieza de Tetris permite micro reuniones entre artistas y organizadoras. Integrantes del Club del Gamelán discuten las diferencias técnicas entre armonio y piano con fuelle. También entrecruzan preocupaciones sobre la alergia al trigo. Los Tomates Asesinos, entre chistes, se predisponen a disfrutar de cada show porque van últimos. Los nervios van a llegar, pero en un rato. Todavía tienen tiempo para chequear a sus cumpas de cartel. La banda de Agustina Bécares define detalles de vestuario. Paula Rosas, concentrada, hace ejercicios de calentamiento de voz.
Hay una arenga generalizada cuando llega el momento de arrancar. Es aquí y ahora.
En su transcurso, Deforme es, ante todo, irrepetible. Se vuelve ruidoso, insinuante, cantable, melancólico, bailable, hipnótico, divertido y, sobre todo, inesperado. Cada artista te da lo que no sabías que necesitabas. Eso puede resultar maravilloso y desconcertante: todavía estás procesando algo cuando te cae otra ficha. Sorpresa y media casi en loop, las notas mentales arrecian: la gente baila-presta atención-estudia con miradas cercanas; el disfrute achica la distancia, la mayoría se acerca al escenario; escapan gritos de aprobación-alguien se topó con data que llegó para quedarse-gol.
Paula Rosas toma el escenario de manera discreta. Tiene la responsabilidad de abrir el festival, tocando ante público desconocido. Rosas lo tiene bien claro desde el vamos. Con amabilidad explica que desea presentarse como corresponde, tocando composiciones de diferentes etapas. Lo comenta con una sonrisa cómplice: algunas canciones le dan algo de pudor, ya que las siente adolescentes y demasiado lejanas. Sin embargo, presenta un retrato completo, sin titubeos. En esa entrega hay un entendimiento sobre los procesos personales y la evolución que la trajeron hasta acá.
Rosas toca acordes melancólicos en su piano con absoluta autoridad. Pronto la distancia entre el salón, todavía recibiendo gente, y el escenario, se borran.
Al cantar, sus influencias jazzeras entran en juego. Cuando toca el piano se siente oriental, al igual que los conceptos que comparte con el público, a propósito de sus canciones.
Mientras se suceden las canciones, queda claro que Rosas siempre se está alejando de los entornos tradicionales hacia la creación de música que se enraiza en lo onírico. Impresionista. Spinetteana. Cinematográfica. ¿Relativista? No sabemos, pero sus cuarenta minutos de música se escurren en instantes.
Agustina Bécares es la carta más ambigua del Festival Deforme. A priori una cantautora, sus temas siempre se revelan como enigmas filosos en ropajes de pop oscuro. Es una hija de la patria alternativa, melancólica y callada, que usa las palabras justas, en un equilibrio austero. El cuidado poético de sus letras le otorga transversalidad a sus canciones. Tiene la mirada sensible de quien todavía se permite descubrir cierta extrañeza del cotidiano ordinario. También hay una sensación de autorreconocimiento ante lo que nos rodea; un instante de consciencia real ante la inercia que nos lleva por delante. Bécares se sustrae de la situación, logrando un relato externo. La combinación de palabras precisas con cierta predilección por el eco hace de la mendocina una criatura siempre incómoda.
Bécares está acompañada por su banda, la guitarrista Ana Jezowoicz y Matías Valle, tecladista y guitarrista. Ella, por su parte, compone, canta y toca la guitarra. Como artesana de la canción, utiliza elementos acústicos y eléctricos en arreglos discretos que priorizan la atmósfera. Ahí es donde mejor juega.
Bécares sufre inconvenientes técnicos a los que se sobrepone apoyándose en su banda. Cuando entran en juego las texturas electrónicas se produce una fricción saludable: Bécares respira para imponer su presencia vocal. La canción muta en otra cosa. Los elementos están en tensión evidente, pero al servicio del sentimiento. La tensión se vuelve virtud.
El Club del Gamelán existe en estado permanente de mutación. Para la ocasión del festi llegan en formato de pequeña orquesta de seis. Suelen ser diez integrantes. Pueden estirarse hasta once.
En su sonoridad se percibe un tejido colectivo donde hasta la respiración parece tener peso. Es una experiencia física que se sostiene desde una conexión alquímica.
La tímbrica del gamelán tiene una hermandad con la electrónica, al igual que ciertas estructuras evolutivas. De acuerdo a la historia balinesa, cada gamelán está afinado de manera personal: no existen dos gamelanes que estén afinados exactamente igual. El instrumento está afinado para adaptarse a la orquesta y no a un estándar externo de tono. El equilibrio energético juega un rol fundamental en El Club. Cada integrante está conectado a algo único, siendo parte de algo mayor.
El escenario principal queda relegado cuando llega el turno de la orquesta. Proponiendo un acercamiento favorable, el sexteto se ubica en el centro de la sala, generando una experiencia en surround. Apenas dos instrumentos están amplificados: un gong y el armonio, el resto suena de manera orgánica, en un set que se extiende por 45 minutos, con la gente sentada, alrededor, disfrutando.
Tomates Asesinos tiene veinte años de oficio musical encima. La banda siempre fue evolucionando en su mestizaje sonoro desprejuiciado. Podría afirmarse que su etapa actual desafía esas ideas que la vitalidad está siempre atada a la juventud. La banda está formada por Luis Obeid (guitarra eléctrica y sintetizador), Esteban Favaro (sintetizadores), Tomás Gazzo (bajo y sintetizador) y Santiago Guerrero (batería y sintetizador).
Comienzan en plano lento, mínimo, dándose paciencia y espacio. Sus miradas, al principio, apenas se cruzan. La soltura de movimiento, poco a poco, los lleva a sonreír. Primero entre ellos, luego para con la gente.
El grupo cordobés logra un ritmo texturizado que, entre quiebres, se desarticula. Danza rota, aunque constante, con la que el público conecta de inmediato. La convivencia sonora maneja retazos de psicodelia y EDM, además de insinuaciones de rock industrial. Quien mejor interpreta la exploración del grupo es el iluminador, que brilla a la par del cuarteto cordobés, dialogando en términos psicodélicos.
Tomates domina la superposición de manera orgánica. Tienen tres instrumentos típicos del rock, como son la guitarra eléctrica, el bajo y la batería, que se complementan con los sintetizadores y los samplers. Su búsqueda tiene mucho de intuición. Además, parece retroalimentarse con la energía de la gente, sin necesidad de guiños. ¿Comunión o sincronía? El pulso sigue hasta extinguirse.
Hacen dos bises, ante un reclamo del público. Piden canciones puntuales. Hay quienes exigen que sigan adelante. El griterío amable los hace sentir casi locales. Por algo sonríen de oreja a oreja.
La primera edición del festival alcanzó el final un rato antes de la medianoche. En el camarín, entre abrazos y felicitaciones, cada una de las personas involucradas sentía sensaciones de alegría. Era el inicio real de algo nuevo. Nadie lo expresó en voz alta, aunque no hacía falta: ¿cómo sigue esto? En una contemporaneidad donde los carteles de festivales se encierran en la chatura predecible, Deforme se destaca como una alternativa posible.
La aventura del festi se extendió mucho más que las cuatro horas de música del domingo. En paralelo hubo talleres sobre Circulación federal para proyectos musicales, a cargo de Melina Delfino, además de la propuesta de Construcción de espacios cuidados en la industria musical, realizada por el colectivo EPPII. Días previos a la fecha, Deforme impulsó una bicicleteada junto a otro conjunto de colectivos locales.
Detrás del festival, cual hormigas dedicadas, asoman miles de horas de trabajo de gestión. Ese esfuerzo continuado significó pensar más allá de quién se sube al escenario: también se consideró quiénes se sienten parte de la audiencia. La tarea es envolvente, intentando considerar siempre al cuadro mayor.
Como plataforma musical hacia el futuro, Deforme es un lugar para oyentes aventureros, celebrando la música que no encaja en ninguna etiqueta o estrategia de marketing. La apuesta, no obstante, es mayor: la mirada está puesta en lograr cambios sustanciales. De acuerdo a su manifiesto, se propone construir un futuro colectivo, desdibujando fronteras, apostando a la diversidad estética y a un diálogo federal real.
Con lo sucedido el domingo, el Festival Deforme concluyó el primer capítulo de su historia. A partir de ahora se empieza a trabajar desde otra perspectiva, manejando las lecciones de la edición iniciática. Como mentes organizadoras Capoduro y Brunetti ya están pensando en cómo pueden desarrollar otras experiencias en espacios que reflejen, al menos por unas horas, ese mundo que quieren habitar.
La primera jornada festivalera se sintió experimental, pero también genuinamente accesible. El objetivo fue apelar a la curiosidad del público, lo que se logró con creces. Nadie se retiró indiferente de La Tangente. En la fiel tradición de Devo -abanderados orgullosos de la deformidad internacional- el festival arrojó something for everybody.
Con todo, lo más significativo es saber que cada una de las personas que asistieron se fue con una idea genuinamente propia sobre qué es el festival. Lo mejor está por venir porque la deformidad se construye en comunidad.
Texto de Lucas Canalda / Fotografía de Renzo Leonard
Festival Deforme fue posible gracias al programa Mecenazgo de la plataforma Impulso Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, de la Fundación Itaú Argentina y del Fondo Metropolitano de la Cultura, las Artes y las Ciencias. Además, contó con el apoyo de Selina Palermo y Striptiz Spritzer, marcas que se sumaron como sponsors, y la colaboración de Rapto y La Tangente que aportaron a la difusión del evento.
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