Fiesta gore, no apto para iniciados, pieles retorciéndose entre anzuelos y ganchos, llegan diabólicos para reírse de nuestras caras de susto. Bienvenidos al Circo del Horror, la entrada es gratis y la salida, vemos.
En las casi dos horas que duró “El Circo del Horror”, en el subsuelo de la Plataforma Lavardén, lo primero que aparece es la incertidumbre. A todos nos contaron algo sobre el Circo, pero realmente no sabemos lo que nos va a ocurrir una vez comenzada la función. Mientras esperamos que se abran las puertas, algunos comentan lo que leyeron en internet, en blogs, en Facebook: “Vi que hay un tipo todo perforado”, dice un chico a su novia. Otra chica le dice a sus amigas que “son todos freaks, locos de mierda”. Es que en la larga fila ya se empieza a sentir la típica quietud antes de la tormenta.
Pienso en los circos de antes, los verdaderos, no como el Cirque du Soleil. En los circos donde los marginados de la sociedad eran atracción de feria, los espantos mal nacidos, los deformes con tres dedos, el hombre elefante, mujeres de dos cabezas, hombres con el cráneo plano, faquires, los que se sacan los ojos de su órbita y se los vuelven a poner, los que se perforan los labios con agujas. Cuándo fue que decidimos convertir el dolor de la carne humana en algo placentero? El asunto es que todos llevamos dentro el sadismo, el morbo, las almas en pena de los fenómenos anormales de la naturaleza habitan en lo más profundo de nosotros.
Pero este Circo del Horror se alimenta también del miedo de su público, de su debilidad, de la mueca que nos queda grabada en la cara al ver la sangre y la mutilación. Como en las historias de Halloween, hay noches en que los espíritus se levantan, los esqueletos nos invitan a ver su show, los payasos locos nos toman de la mano mientras ponen en marcha su motosierra. Al inicio todo parece un juego de chicos, pero los fenómenos son de carne y hueso y vienen a buscarnos entrada la medianoche.
Primer acto. Se abren finalmente las puertas y hay que atravesar un pasillo oscuro donde ya empezamos a sentirnos en una película de terror. De la nada sale un muerto vivo y me aferro del brazo de alguien que pasa al lado. Una cara espeluznante me aparece como un flash y quedo tildada, entre el miedo y la risa nerviosa. En el pasillo vamos perdiendo la seguridad del mundo real, hasta llegar a la arena del circo. Comienza la función y estoy en la primera fila, temor.
“Monstruos, zombies y suicidas acuden al encuentro. Se abren las frías losas del cementerio. Entramos asustados y saldremos horrorizados. Este es el Circo del Horror”, dice un esqueleto llamado Sr. Crypta, y continúa: “Cuenta la leyenda que tanto el público como la troupe que trabaja en un circo mueren asfixiados luego de un incendio. Después de décadas, esta noche, vuelven las almas en pena en busca del aplauso que nunca fue”. Ok, ya estamos adentro y no hay vuelta atrás.
Los números van acompañados de la banda de ska punk rock Ermitaños, músicos muertos vivos que le dan power sonoro al Circo maldito. Hay acróbatas zombies que pasean en monociclo y malabaristas ensangrentados. Eso lo más light. Pero no tarda en pudrirse el asunto. Llegan las mutilaciones en la piel: Doctor Espeluznante engancha con cadenas el monociclo y se lo cuelga en los lóbulos perforados de sus orejas, empieza a dar vueltas y a reírse como un loco. Y no es el único que no siente dolor (o que lo siente y le gusta): aparece el Mago Vlad, que se martilla en las fosas nasales clavos de acero y, para rematarla, se cuelga el martillo como un péndulo que va y viene, marcando el ritmo de la desesperación del público. Como si estuviéramos en el teatro del Grand Guignol, ya me están dando ganas de vomitar. La provocación va in crescendo. Malditos retorcidos estos del Circo, pienso.
Y sigo sentada en la primera fila, temor.
Pero lo peor llega con el Capitán suicida. Se pasa agujas por toda la cara, se traspasa el labio, las cejas, los pezones. Hilos de sangre se deslizan por su cara y los aplausos estallan. En ese momento entra en escena otro de los personajes del circo, El Perro, con anzuelos clavados en la espalda y un gancho del que lo tiran del piercing que tiene en el pene. Estoy sentada al lado de dos varones y en ambos se activa el dolor en las partes bajas. De repente al Perro (en cueros, con un pantalón negro y la cara pintada como un diablo) es subido de los anzuelos que tiene incrustados en la piel, a la altura de los hombros, se hamaca con sadismo y la piel se le estira aún más mientras sube como un abanderado del gore. Corre sangre por su espalda y el aplauso no tarda en llegar. El Perro es el súmmum del circo.
Intervalo
El imaginario del circo siempre tuvo algo de monstruo híbrido, una conjunción entre fantasía, rareza, misterio. Por supuesto que está conformado por personas reales, por músicos, acróbatas, artistas callejeros que dejan todo por sacudir al público hasta la última gota de transpiración nerviosa. Pero no es el caso el de hablar de las personas reales de este circo. Van de gira, entrenan, ponen colchonetas cuando hacen las acrobacias, insisten hasta que el truco sale, siguen la performance aunque a medio metro de una enfermera zombie haya caído un parlante (lo que podría haber sido un verdadero accidente). Más que nadie el circo con sus alegrías y penurias sabe que la función siempre debe continuar.
Segundo acto. Avanzada la función llega el terror de las chicas, La Dama de los Cabellos de Acero: de un gancho la cuelgan de su cabellera y la levantan hasta el techo, ella morocha e hipnótica como una bruja sexy vuela y pareciera que todo estuviera bien. No se inmuta ni tampoco se le desgarra el cuero cabelludo. Más tarde llega el momento de interactuar con el público y es infaltable en un circo el lanza cuchillos: uno, dos, tres, cuatro cuchillazos cortan el aire y las luces directas de los reflectores, hasta enfilarse a centímetros del cuerpo de un espectador.
Pero quien más disfruta de hacer sufrir al público es el Payaso Mate. Él es el alma retorcida de esta compañía, con su cara pintada de blanco y una mueca en rojo sangre que siempre está ahí, diabólica. Con Mate se relajan los corazones de todos, de repente arrastra de los pelos a una enfermera zombie después de un malabarismo fallido y estallan las risas. Golpea duro a una chica del público con un brazo de goma, lo revolea al público y le da en la cara a alguien. Al público le empieza a gustar esto de sufrir un poco. Pero el terror está dentro del Payaso Mate y como si fuera la reencarnación entre IT, Jason y Leatherface juntos, sacó una motosierra y la apuntó directo al Capitán Suicida, faquir que entra en escena para que Payaso Mate le corte una manzana de la boca con su motosierra. Desde la caracterización hasta el humor negro y la motosierra, Mate se lleva todos los aplausos como buen líder de su Circo.
Cerrando la función el horror está ya instalado en el público, ya no resiste más sangre, más pieles crucificadas, más clavos ni agujas. Todo eso ya se convirtió en arte, en destreza circense teñida de rojo. Los artistas hicieron caso omiso de los suplicios del público, el Payaso Mate desató toda su enfermedad gore y lentamente llega la despedida. En ese momento, como caídos de una película de amor que transcurre el día de los muertos, un fauno canta una serenata mientras una novia torturada se prende fuego la piel sin pestañear. La danza del fuego es la grand finale, es el ardor del infierno representado en la belleza y la tortura. El dúo está compuesto por el cantante Lucifer Liricus, y la joven dama es Ruby Fair, que cerró la velada con su numero de pirofagia.
Y así el Circo del Horror llegó a su fin, dejándonos con ganas de romper con lo cotidiano y, como un ritual pagano, dar rienda suelta a los deseos más oscuros. La sala comienza a desocuparse pero en la arena quedan las marcas de sangre. Como dijo el Payaso Mate, es hora de liberar lo transgresor que hay en cada uno de nosotros. El Circo rescata la autenticidad, el trabajo en equipo de unos freaks sueltos, dispuestos a llevarnos desde el dolor al placer a través de la adrenalina.
TXT – MARÍA NOEL DO
PH – RENZO LEONARD