Pablo Krantz lleva casi tres décadas inmerso en sus canciones y cuentos. Compartir su música lo llevó a recorrer el mundo y a transitar rincones impensados del vasto territorio nacional. El encuentro con un multifacético ciudadano de los caminos.
En un mundo de categorizaciones instantáneas y etiquetados que atan, ninguna gacetilla o taggeo podría rendirle justicia a la diversidad de aventuras que experimentó Pablo Krantz en los últimos treinta años. Los casilleros de “ocupación” en las fichas de aeropuerto necesitarían de extensiones especiales si alguna autoridad quisiera tener el detalle de los oficios y trabajos de este argentino viajero.
Una presentación o descripción de Krantz es un desafío y un deber detectivesco que obliga a afinar la lupa para seguir sus pasos por el mundo que habita desde 1970. Es músico, escritor y traductor. Ciudadano de las calles del mundo. Alguna vez supo ser periodista, proponiendo titulares cáusticos a sus editores o entrevistando a estrellas de televisión que le eran completamente desconocidas. “El periodismo me generó ciertos problemas por lo que tomé un pseudónimo”, cuenta riendo.
Siete libros publicados. Seis discos editados. Traductor de Baudelaire. Un millón de millas recorridas por las rutas argentinas hasta el fin y desde ahí, a pegar la vuelta. Siempre con su guitarra en mano.
Pablo Krantz fue, además, guionista de tevé, intérprete de francés, editor y hasta ghost writer. Es dueño de un sentido del humor elegante y de un dark side corrosivo que muy pocos conocen. Últimamente viene probando la radio mientras se prepara para dirigir un coro.
“Que se mueran los novios”, “Quiero aburrirme en tus fiestas familiares”, “La única institución que respeto es la siesta”, podrían ser el leitmotiv de películas o series protagonizadas por marginadxs, románticxs y melómanxs, en un terreno post Hornby donde el interrogante paradigmático del escritor británico ya quedó eclipsado por el “Las canciones de amor arruinaron mi vida” del franco argentino.
Premiado por sus cuentos en Argentina y España, Krantz nunca parece haberse sentido atraído por la comodidad de un trabajo seguro por lo que, indefectiblemente, siempre toma la ruta. En ese movimiento, traza proyectos, recibe propuestas, arma y desarma.
Apenas bajado del taxi que lo deposita en la puerta de Blackmore, el bar que un rato más hospeda su reencuentro con el público rosarino, cuenta que está a punto de lanzar el segundo tomo de su libro Pequeñas reflexiones sobre el universo, el tiempo y mis discos favoritos (2014) y que tiene una sorpresa reservada junto Fred Raspail, su colega francés para el transcurso del 2018.
Entre viajes, ocupaciones y pasiones varias, algo es seguro: entrevistar a Pablo Krantz siempre depara algo nuevo así como también queda todavía mucho más por repasar. “Yo fui periodista tal como he sido muchas cosas. He sido guionista de televisión. He sido traductor. Trabajé como intérprete para el Centro de Planeación Económica Francesa en el sector Industrias Pesadas. He editado libros de grupos de estudio de psiquiatría. He trabajado como escritor fantasma para varios libros”, enumera el multifacético nativo de Boedo. Finalmente, agrega sin un ápice de cholulismo, “lo de guionista de televisión fue con Andrea del Boca y Soledad Silveyra”.
“Más allá de otras virtudes que pueda tener, o que espero tener, mi gran talento fue manejar la palabra, ya sea escrita u oral, pero sobre todo la escrita” señala Krantz mientras se adentra, no sin algunas risas, en su pasado de trabajador de prensa. “Es cierto que si uno es músico, es raro que sea periodista. Pero si uno es escritor es lógico que sea periodista. Es la salida laboral tradicional”, aclara antes de meterse de lleno en su periodo colaborando en revistas y diarios. “Mi experiencia en el periodismo fue divertida. No me gustó mucho el periodismo de rock. Lo hice un tiempo pero antes de abandonar por completo el periodismo, cosa que hice cuando me fui a Francia, ya había abandonado al periodismo de rock. Me resultaba difícil la situación de estar de ambos lados del mostrador. Intuyendo un inminente ¿Por qué?, el otrora líder de los Chicos Búfalo, detalla: Lo que pasaba es que cuando un disco no me gustaba escribía de manera muy irónica y empecé a crearme enemigos. La gente se toma todo muy a pecho. Yo siempre funciono por normas. Para ser periodista me había propuesto una norma. Sentía que, no sé si el destino, pero tenía algo de responsabilidad sobre lo que tenía en mis manos. Mi norma era que sobre las bandas que no conoce nadie, especialmente en esa época cuando todavía no reinaba Internet, o hablo bien o no hablo. Yo escribía en Inrockuptibles esas críticas. Entonces sentía que lo único que la gente iba a saber sobre estas bandas era lo que leyera en mi reseña. Yo no tengo la posta sobre qué es lo bueno y qué es lo malo. Me parecía fuera de lugar que yo hablara mal sobre bandas que no las conocía nadie. Nadie iba a traer la otra campana. Hubo notas que no escribí porque no me gustaron las bandas o los discos. En algunos casos hubo cosas que no me gustaron tanto pero me pregunté sobre qué cosas podía hablar y que a la vez fuesen ciertas. No decir las cosas que me molestan porque, en realidad, no es tan relevante mi opinión. Por ahí los periodistas tienden a pensar que su opinión es importantísima. Para mi, mi opinión es importantísima sobre las relaciones humanas, no sé, tal vez porque me la paso pensando en eso. Pero mis gustos no me parecen tan relevantes. A mi, en general, no me gusta la cumbia pero no me parece tan importante que no me guste la cumbia. Hay un montón de gente que disfruta de la cumbia, me parece genial que la escuche. Yo voy a escuchar cumbia y no voy a sentir ese mismo agrado pero no significa que luego vaya a embanderar con ese gusto, esa opinión. Por un lado, sobre las bandas ignotas tenía que hablar siempre bien. Aunque sea ocultando una parte de lo que yo pensaba. Sobre las bandas conocidas podía decir lo que se me cantara porque la gente iba a escuchar eso y mi opinión era un elemento más en medio de un montón de otras cosas que serían los videoclips en la televisión, otros artículos o notas. Sobre los conocidos realmente decía lo que se me cantaba. Me parecía que con el que era famoso se podía decir lo que uno quisiera.
El Centro de Planeación Económica Francesa en el sector Industrias Pesadas parece ideal para el hombre responsable de títulos inacabables como El santo cleptómano y la chica de la vagina dorada (2007), La ciudad más hermosa del mundo en la escala Richter de la melancolía (2011) o Historia del chico de la favela que protagonizó una película de Hollywood. Según explica Krantz, la fascinación por los títulos extensos data desde una niñez de curiosidad insaciable y descubrimientos algo frustrantes. “Siempre me gustaron los títulos largos. Cuando era chico y me compraba discos, miraba los títulos de los temas y veía que se llamaban Atardecer y Crepúsculo y me sentía muy decepcionado. Sobre todo en el viaje en colectivo hasta mi casa con el cassette en mano, decía ¿Qué es toda esta porquería? ¿Para ésto pagué?”, recuerda mientras endulza su café doble. “En cambio, cuando tenía un título largo, me divertía más durante el viaje en bondi pero también me pasaba que me daba un montón de ilusiones para el momento en que iba a escucharlo y que iba a tener un contenido grandioso”, agrega.
Su vocación por los títulos extensos se declara irrefrenable y sin regreso posible a la economía de caracteres cuando en 1997 llega el momento de publicar su primer libro. “Hice una lista kilométrica de títulos posibles. Eso pasa mucho, sobre todo con el primer libro que es un gran salto al vacío. Se lo presenté a un montón de gente y uno ganó por unanimidad”, apunta el multifacético artista. Dame un coche tan rápido que no me alcancen los recuerdos, fue elegido para titular el libro editado por el grupo editor Porca Miseria. “A partir de entonces no pude volver a la normalidad”, reconoce con una sonrisa de aceptación. “También lo que suele parecerme es que mucha gente suele conocer más el título de las cosas que las cosas en sí mismas. Hablando de música independiente o al menos música que alcanza difusión en radios masivas, entonces mejor dedicar ese pequeño espacio que uno tiene, que va a salir en los diarios, radios, TV, promocionando un show o un disco, para llamar la atención y transmitir algo, dejar una pequeña huella”, reflexiona.
De todos los oficios que se presentaron en sus cuarenta y ocho años de vida, la música y la literatura son los que concentran mayor producción, dedicación y pasión. Ambas musas son, sin dudas, su principal romance. Los viajes, seguramente, estén en tercer lugar. En su trayecto musical a Krantz se lo encontró acompañado por un socio legendario, Manza Esaín (Menos Que Cero, Valle de Muñecas), productor y amigo. En contexto de banda, Krantz tuvo una única experiencia: El Pesa Nervios, grupo con el que irrumpió en la escena independiente porteña y que existió con intervalos de 1989 al 1997. “En el 89 empezamos con algunos conciertos, habremos tocado siete veces. Luego, por un par de años, desapareció” apunta vaciando su café. ”Yo volví a fundar otra banda pero originalmente eran los mismos integrantes. Simplemente había cambiado por completo el estilo musical. Yo al principio era el guitarrista y pasé a ser el cantante. En la nueva etapa se hacían canciones mientras que en el primer tramo fue una banda más ruidista. Hubo una prehistoria y desde el 93 hasta el 97, fue la época más profesional”.
– ¿Cómo funcionaba el Krantz en banda?
Lo que me pasaba en las bandas era que yo hacía las canciones, yo cantaba, yo era al que la gente veía y saludaba, yo era el sociable, porque me gustaba salir de noche e ir a conciertos, iba a conseguir shows. A partir de eso yo desarrollaba una especie de poder porque en general la banda era 90% yo, por más que los otros vinieran a la misma cantidad de ensayos que yo. Si no estaba algún integrante las canciones seguían existiendo, si no estaba yo, no podía seguir el grupo. Entonces se me reprochaba eso todo el tiempo. Me decía que era un solista que tocaba con ellos. En esa época no existía ni se estilaba la idea de ser solista. Por ahí me equivoco, pero creo que en los años 90 no surgió ningún solista que no fuera ya famoso por haber tenido una banda. Puedo equivocarme y que haya dos o tres ejemplos.
– Promediando los 90 recuerdo especiales en revistas mainstream del tipo “Los solistas que se vienen” y todos habían integrado bandas que habían trascendido.
No existía la idea de hacerte cantautor sin ser famoso. Porque todavía existía la idea que los músicos tocaran con vos como banda de apoyo o tampoco había la posibilidad de que les pagues. No había manera de generar dinero ni de organizar una gira. Eso es algo maravilloso, un cambio que se empezó a dar en los 2000, creo. No sé bien cuándo porque yo estaba en Francia. La idea de poder tocar, de hacer una gira por todo el país, sin ser una estrella de un sello discográfico, es algo que vino con el tiempo. Antes de irme a vivir a Francia había tocado en tres lugares de nuestro país. Hoy habré tocando en cien lugares de Argentina. Eso tiene mucho que ver con la Internet. Podés organizarte las giras de manera más ligera. Antes tenías que hacerlo por teléfono o mandando cartas. Ahora, quizás, organizar una fecha es mandar tres WhatsApp, si es que ya tenés más o menos el camino andado. También sucede de tener público en lugares más remotos. Eso hace que el solista pueda existir. Yo estaba muy convencido de querer dedicarme a la música, de querer grabar un disco, de que todas las canciones no quedaran simplemente o en mi cabeza o grabadas en un cassette desde una consola de un concierto. Eso siempre fue una lucha porque nadie se lo tomaba bastante en serio. Todos tenían otras prioridades. Supongo que como todo el mundo armé mi primera banda con mis amigos. A ellos les interesaba todo lo que rodeaba a la música y no tanto concentrarse en la parte seria, no sé, estudiar su instrumento o hacer una grabación. No veían su futuro en eso.
– Ese cambio a favor de ciertos artistas solistas se da con el advenimiento de la Intenet pero especialmente con las redes sociales. En un presente atomizado, con tanta oferta de información, los artistas considerados de culto lograron desarrollar, finalmente, un vínculo directo con su audiencia gracias a la redes. Músicos como vos pudieron, luego de lucharla mucho desarrollando una audiencia pequeña pero devota, dedicarse de lleno a tocar y a vivir de eso.
Tenés razón en que hay muchas cosas al mismo tiempo. Probablemente estemos atravesando la mayor época de cambios de la historia. No lo digo yo, ojo, según científicos, pensadores o capos del mundo. Más, incluso, que la revolución industrial o, en todo caso, a esa misma altura. Hay cambios de todo tipo. Van desde la virtualización de la vida. La hiperconexión con el mundo entero a cada segundo. El transhumanismo. El avance de la investigación genética. La caída, relativa, pero caída al fin frente a la subida de otros países o modelos. Incluso la desaparición de la democracia republicana como el modelo hacia el que toda la humanidad estaba yendo. En medio de todo eso estamos nosotros, dentro de nuestra pequeña burbuja musical. Vivimos un mundo extrañísimo. Los discos físicos están desapareciendo pero todavía no terminan de desaparecer. Tampoco terminan de ser reemplazados muy claramente por otra cosa. Sigue siendo necesario que el disco salga en CD, vinilo, algunos vuelven al cassette. Pareciera que todo el mundo está extraviado, todo el mundo está buscando el camino, eso da momentos de libertad hasta medio bizarra. Gente que compra cassettes sin tener donde reproducirlos pero que los escucha online. Primero se coleccionaban objetos. Luego se bajaban archivos. Ahora ya ni siquiera se colecciona nada. Simplemente la gente escucha en streaming. El tema de la descarga ilegal dejó de ser importante porque la gente dejó de interesarse en poseer la música de la manera que sea. Es un momento muy incomprensible. En medio de todo eso las redes sociales están cambiando la manera en que nos relacionamos como humanos. Me atrevo a decir que hasta están cambiando la manera en que funciona nuestro cerebro y nuestra forma de pensar. Lo que encaja en una red social es algo que tiene que ser en blanco o negro, en pocos caracteres.
– La industria discográfica trata de reconfigurarse ganando por el lado de management, booking, entre festivales y eventos. Mientras tanto los artistas independientes siguen su camino a un costado de todo. Siguen siendo dueños de sus caminos y hacen equilibrio como hicieron siempre, al margen de la industria.
Yo no me preocuparía por los empresarios, por la industria. La misma empresa que hacía juicio a la gente que descargaba la música le vendía la grabadora de CD, los CD-R e incluso la conexión a Internet. Incluso la promocionaba diciendo “Descargá más rápido”. Es cierto que es un problema de la industria de la música, no de las compañías en sí mismas. Es verdad, también, que en medio de este cambio tan drástico que está sucediendo actualmente se está esperando que aparezca un nuevo equilibrio. Yo no sé si va a aparecer un nuevo equilibrio. No sé cuándo se va a detener esta avalancha de cambios. Las cosas se vuelven viejas cada vez más rápido, pero no sólo un disco o un libro se vuelven viejos muy velozmente, si no, incluso el formato, las temáticas, el interés de la gente por el artista, se va volviendo más breve.
– En los últimos años pudiste potenciar más tus recitales en Buenos Aires. Me parece que el ritmo de gira resultó ideal, ya que cada encuentro en Capital es más especial. No hace falta tocar todo el tiempo. Es más rendidor preparar algo diferente para ofrecerle algo nuevo al público.
Desde el año pasado empecé a espaciar más mis shows en Capital. En parte tiene que ver con que toco en muchos otros lugares. No tengo tanta necesidad o tantas pilas para organizar muchos shows en Capital. Es cierto que tampoco tiene mucho sentido tocar siempre en el mismo lugar. Se da, también, de manera natural. No es un cálculo. Algo hermoso que tiene ser músico solista es que podés viajar un montón. Eso es algo maravilloso de muchas maneras posibles. Maravilloso porque conocés un montón de gente. Porque te abre el cerebro un montón. Llevás tu música a distintos públicos, espacios y situaciones. Eso te permite que vivas de la música. De tocar sólo en Capital no podrías vivir de la música. Vivir viajando por la música no tiene muchas contraindicaciones salvo, a veces, cierto cansancio. La otra contraindicación puede ser que tenés una vida más desorganizada. Los viajes te descolocan. Pero son letras pequeñas para un placer muy grande. La única manera de ganarte la vida, al menos en buena parte, con los conciertos, es girando un montón. Eso es así acá y en Europa. Las estrellas también tienen que girar hoy en día, no importa quién seas. Se cayó la venta de discos, primero. Probablemente no porque necesiten ellos la plata sino para mantener la estructura. No pueden girar cada tres años y esperar que en el interín las otras cincuenta personas que giran con ellos vivan de otra cosa.
– ¿En tus años en Francia mantuviste el mismo ritmo inquieto?
Yo llegué a Francia en el 2002. Estuve viviendo seis años allá. En un primer momento toqué mucho, un poco para ganarme la vida, en bares y etcétera. Luego empecé a tocar como guitarrista de cantantes de la escena de canción francesa. Así toqué mucho pero un poco dejé de lado mis canciones. Fue la única vez en mi vida que dejé de tocar mis canciones en vivo. Eso fue durante un año o dos. En ese plazo compuse mi repertorio en francés. Lo hice, generalmente, de madrugada. Me acuerdo que tenía una novia que trabajaba de camarera y se iba siendo ese el momento en que yo estaba solo. Me la pasaba de once de la noche a tres de la mañana cantando las mismas canciones, tratando de pulirlas. Obviamente pasar a componer en otro idioma tiene su dificultad. También yo quería lograr algo muy, muy, perfecto en cuanto a las letras y a la estructura. En 2004 empecé a grabar el disco, en 2006 salió y desde entonces toco un montón. Mi último año en Francia toqué muchísimo allí pero también en España, Suiza. En 2007 cuando regresé a Argentina seguí así. Me encanta viajar y estar tocando. Me encanta la situación de conocer gente nueva, de llevar mis canciones de acá para allá. También es mi manera de ganarme la vida. Por suerte se da la situación de que todo el tiempo ofrecimiento y posibilidades, cosas que se abren. También el hecho de viajar solo me abre muchas puertas.
– Tanto tus libros como tus canciones tienen al humor como un elemento esencial algo de lo que carece el rock argentino casi por completo, salvo por gloriosas excepciones.
Estoy absolutamente de acuerdo. La única salvedad que haría es que hay sentido del humor pero los grupos que usan el sentido del humor sólo usan sentido del humor. No hay mezcla, yo diría más bien eso. Tenés a los Twist, no sé, Kapanga, bandas que son graciosas pero simplemente son graciosas. Viudas e Hijas de Roque Enroll, no sé. Está la cuestión graciosa. Lo que no se da es la mezcla entre dos registros, entre los tonos. Por más que en mi música la ironía y el sentido del humor son muy importantes, no creo que ninguna canción sea simplemente un chiste, o que no esté mezclado con otras cosas como vivencias o emociones, melancolía, amor. La verdad que en un principio no entendía de dónde venía todo eso. Yo siempre estuve expuesto a la canción francesa desde muy chico. Entonces, cuando me fui a vivir a Francia y empecé a cantar en su idioma, más allá de descubrir que iba muy bien el francés con mi tipo de voz, descubrí que había estado siempre influenciado por la canción francesa a nivel de las letras. No es el único ejemplo pero es un gran ejemplo de una tradición musical en la cual siempre se ha mezclado muchísimo la ironía y los juegos de palabras con lo que sea. Incluso hay canciones trágicas que tienen tres chistes o tres juegos de palabras. Eso a nadie le parece chocante o extraño. Me parece que la raíz de todo eso es lo que se llama autodérision, el hecho de burlarse de uno mismo. Creo que es lo necesario para que uno pueda, justamente, mezclar. También tiene que ver un poco con la ironía. Es el hecho de estar haciendo algo pero a la vez tampoco tomártelo tan en serio. Por ejemplo, estar haciendo una canción, ponele la canción de Atahualpa Yupanqui, “Mi alazán”. Es tan trágica como hermosa pero también medio ridícula mirando un poco desde afuera. En esa canción no existe la idea de reírse de uno mismo. Tampoco existe mucho en el rock nacional. La gente se lo toma muy en serio, lo cual no sé de dónde viene porque el argentino es muy jodón. El tango estuvo siempre lleno de humor y de ironía, no sé la razón por la cual no apareció eso en el rock nacional. Creo que los estilos también depende mucho de quienes fueron los primeros que lo forjaron o lo que quedaron de esos primeros. Puede ser que los primeros eran más serios o lo que se recordó era lo más serio y eso fue lo que influenció.
– Creo que también hay una solemnidad extra que le pone el oyente. Spinetta era el primero en reírse o en señalar que no sabía qué carajo había querido decir en ciertas canciones. Cuando aparece Luis Almirante Brown él fue el primero en apuntar el tremendo acierto de Capusotto y Saborido.
Igual, hay un poco de humor en la obra de Spinetta, pero no mucho, muy poquito. También hay otras cosas. Me acuerdo que en la época del Pesa Nervios iba a una sala de ensayo perdida en el barrio de Abasto y los dueños eran dos chabones que tenían una banda. Una vez charlando con ellos uno me dijo “Todo depende de porqué hacés música. Yo hago música para cambiar al mundo”. Yo tenía diecinueve años pero el tipo veinticinco. Me pareció absurdo. Me dije, este chabón en una sala de ensayo perdida en el Abasto, haciendo una música que debe tocar una vez por año y con letras que…no sé, no es Jello Biafra, piensa que está cambiando el mundo. En ese momento no lo asocié con la palabra solemnidad. La solemnidad me parece que es el recurso del tonto para creerse más de lo que es. Piensa que tomándose muy en serio a sí mismo se va a convertir en algo más. Como su seriedad es medio ridícula tiene miedo que si da el flanco todos se le empiecen a reír. ¿Qué es lo más gracioso del mundo? La gente que se toma muy en serio. Un tipo que va caminando, se tropieza y se caga de risa de sí mismo, no es tan gracioso. El que se pone colorado, el que hace como una pirueta, el que de inmediato se levanta se acomoda la ropa y pretende que no pasó nada, el que piensa a acusar a alguien al lado diciendo “vos, vos estabas muy cerca, vos me tiraste”. Tal vez cuando uno es muy serio le cuesta acercarse al humor porque tiene miedo que se revele su ridiculez.